Cambiar de opinión
Un grupo de investigación liderado por Brendan Nyhan, doctor en Ciencias Políticas y profesor en la Universidad de Michigan, ha llegado a la conclusión de que las personas “mal informadas” rara vez cambian de opinión; si les presentan hechos que refuten su sentir no los admiten y, con frecuencia, el resultado es que se reafirman, incluso con más fuerza, en sus creencias previas. Para alcanzar esta conclusión realizaron cuatro experimentos en los que los diferentes sujetos leyeron noticias que incluían una proposición engañosa de un político y después una corrección en la que se refutaba el engaño. Los resultados indicaron que, a pesar de las correcciones, muchos individuos se negaron a aceptar la explicación y mantuvieron sus percepciones erróneas, especialmente entre aquellos que decían simpatizar con alguna ideología. Lo cierto es que esta investigación abunda sobre algo a lo que ya se refirió Inmanuel Kant cuando afirmó que “el sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca”; por su parte, Eduard Punset comenta en una entrevista que “aunque los científicos han demostrado que algunos primates son capaces de cambiar de opinión, la mayoría de las personas practican lo contrario”, la hija de Eduard, Elsa, resume esto con la frase "desde que naces piensas que ser terco es seguro".
La radicalización de las posturas ideológicas en una sociedad es un claro síntoma de retroceso, pues suele ser el resultado de una formación deficiente de la mayoría de ciudadanos que dejan de pensar y, por tanto, de ejercer su libertad, para acomodarse y dejarse llevar por el poder dominante sin la menor oposición. El poeta Luis García Montero, con cuyas ideas difiero radicalmente, en un artículo sobre su propio pensamiento radical, habla de “la indiferencia de una masa instalada en el egoísmo que define a las sociedades consumistas del capitalismo desarrollado” y quizá tenga algo de razón al retratar así a una parte de la sociedad fanatizada que no es que ya no quiera cambiar de opinión, sino que no puede.
La historia está cuajada de ejemplos de decadencia en los que diferentes sociedades que brillaron por su cultura, desarrollo y libertad, terminaron conformando un tercer mundo empobrecido en manos de dictadores de los más diversos pelajes. La diferencia entre un país democrático, en el sentido pleno de la palabra, y una nación más o menos desarrollada radica en la capacidad que tienen sus ciudadanos de resistirse a la manipulación, que será menor cuanto peor sea su formación, según demuestra Nyhan. Es una tentación muy grande para los políticos, que aspiran a perpetuarse en el poder, el mantener a sus ciudadanos en un estado deficitario en lo educativo, cuando no claramente mediatizado y manipulador.
Pero no todo está perdido, también hay ejemplos de sociedades que han sobrevivido, Nyhan, y los Punset tienen algo en común, cada uno a su manera muestra el camino para avanzar, los tres creen que la formación es esencial para aprender a rendir nuestra cerviz a la razón. Eduard Punset sostiene que aprender a cambiar de opinión es la clave para salir de la crisis actual, hay que dejar de ver el acto de cambiar de opinión "como algo inadmisible, como dejar de ser uno mismo o traicionar a la familia". Por ello, la educación debe jugar un papel fundamental en la conformación de sociedades libres, capaces de opinar, de analizar la información correcta y, por tanto, de ser protagonistas en la dirección de sus destinos. Sólo hay un camino hacia una España sin prejuicios, madura y verdaderamente democrática: educación, educación y más educación. Únicamente así nuestros hijos serán capaces de cambiar de opinión.