Ahora es el momento

He perdido la cuenta de las cuentas de este rosario de días iguales entre sí, tiempo mayoritariamente soportado en un encierro necesario que obliga a vivir de otro modo, sin más horarios que los que imponen el sueño, el aseo y el alimento, tratando de salvar el orden necesario para atender las obligaciones del trabajo que van más allá de seguir garantizando el salario y el sustento, porque detrás hay personas muy jóvenes que no pueden perder el vínculo con la educación, con la institución que se la venía proporcionando de modo presencial ni con sus compañeros ni con su mundo. Son personas especialmente vulnerables por estar en esa etapa de la vida en que sus valores se están asentando, en la que necesitan, además de conocimientos curriculares, referencias y referentes, respuestas a preguntas que aún ni saben hacerse y para las que hay que estar casi 24 horas disponible.

Es otra forma de enseñar, de educar, peor en muchos sentidos, pero mejor en otros, porque pone a prueba los fundamentos y deja desnudos los cimientos y eso, creo yo, es una ventaja, pues una buena reforma necesita de una completa inspección previa y, a veces, las fachadas ocultan defectos que solo su derribo deja ver.

Precisamente la bandera de la educación y la necesidad de su reforma, se ha venido enarbolando tradicionalmente desde diferentes mástiles como el modo en el que han de resolverse y prevenirse los problemas de la sociedad, pero nada puede hacerse si la derrota del barco que sostiene este estandarte no sigue el camino que dicta su carta náutica, empujado por corrientes ideológicas alejadas de la realidad, por vientos cambiantes soplados por intereses espurios, o por errores instrumentales ya sea por defecto de mantenimiento de los instrumentos o por su mal uso.

Una ciudadanía en esas circunstancias termina siendo vulnerable, inerme, susceptible al engaño, manipulable, indefensa, refractaria al cambio, indolente, propensa a las reacciones pasionales, dependiente y al final dividida y enfrentada...

La sociedad no puede congelarse, o avanza o retrocede y si la derrota no sigue una carta náutica bien diseñada y consensuada, acabará perdida y encallando. Y esto en el mejor de los casos, suponiendo que no estemos siguiendo un plan diseñado precisamente para tener una sociedad limitada, amordazada, sumisa, pasiva, retraída y temerosa, amenazada, de moral desdibujada, subyugable, gregaria, propensa al ensalzamiento del líder en la plaza de Oriente… (he tenido un deja vu).

Y esto no es baladí, la escuela y su carta náutica nada podrán hacer para dotar a las siguientes generaciones de los necesarios recursos con los que afrontar el futuro con responsabilidad, generosidad, libertad y democracia si los vientos, las corrientes y los instrumentos no colaboran, si la sociedad se desentiende, si no sólo ha perdido el rumbo, sino que no lo busca y va a la deriva sin ni siquiera querer admitirlo. Al final la bandera ondeará, pero el barco se perderá, irá a la deriva y encallará o se hundirá.

Frente a esto, claro está, Educación, pero no solo en la escuela, sino en todos los ámbitos de esta sociedad compleja y plural que debe ser libre, responsable y acreedora de sus derechos, respetuosa y ejemplar, y que debe exigir a sus líderes ejemplaridad, responsabilidad y capacidad de diálogo, aun sacrificando lo que puerilmente llaman sus convicciones.

Sentarse en la misma mesa, mirar juntos al problema sin prejuicios, ese gesto tan aparentemente sencillo, no puede vendérsenos como algo heroico, sobrehumano o imposible, si no es por aquellos de quienes debemos guardarnos, de los que sólo buscan estar, y estando, amarrarse indefinidamente al escaño manteniendo atados con la misma soga al resto de poderes haciendo trampas hasta en el solitario.

¿Si no es ahora cuándo será el momento de los consensos, del compromiso, del abandono de los prejuicios para buscar juntos la solución? ¿No es hora ya del diálogo y del entendimiento? Es fácil lucirse al timón cuando el viento sopla a favor, pero cuando no lo hace ¿De qué otro modo se dirige la galera si no ocupa cada cual su puesto en el banco, para agarrar el remo, bogando junto al resto, desde distintos costados, pero al mismo ritmo? La respuesta no puede ser otra que sí, ahora es el momento, sí es posible, no hay otro modo y si los que están no lo hacen, no lo buscan, no lo impulsan ¡sobran!

No son imaginaciones mías, en otros ámbitos, en otros gobiernos, en otros lugares se está haciendo, y los resultados, aunque haya que buscarlos entre la maraña de propaganda con la que estamos siendo bombardeados para anestesiarnos, están ahí y brillan con luz propia. Estoy convencido de que estamos a tiempo, de que nuestra sociedad aún no está tan mal herida y de que son mayoría los que están dispuestos a coger su remo y bregar juntos con el oleaje.

Y una vez en marcha, por el camino correcto, será imprescindible pensar cuánta Educación, cuánta Ciencia, cuánta Medicina, cuánta Tecnología, Literatura, Filosofía, Ética… hubiéramos necesitado para tener bases sólidas con las que asentar una sociedad más libre, solidaria, equilibrada y responsable, capaz de afrontar esta o cualquier otra amenaza futura.

Ahora, con los cimientos a la vista, antes de volver a enlucir la fachada, habrá que invertir en todo eso que antes dejó de preocuparnos, Educación, Ciencia, Medicina, Tecnología, Literatura, Filosofía, Ética... Después, y solo así, podremos salir de esta mejores y nuestros jóvenes, los que ahora tratamos de atender desde casa, sin horarios ni recursos, podrán navegar en una sociedad mejor, libre, abierta, responsable, plural segura y con futuro, que ellos mismos dirigirán.

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