De las Magdalenas del sexo convexo a la interseccionalidad en el tercer retrete

Advertencia: Este es un artículo para ser leído sin prejuicios, absténganse los que se ofenden con facilidad

“…Y María se moja las ganas en el café
Magdalenas del sexo convexo…”

Así reza un fragmento de Cruz de navajas, canción del grupo Mecano que narra el trágico final de un hombre que descubre a su desatendida pareja en brazos de ¿otra? La historia lo tiene todo, conato de violencia machista con desenlace fatal para el agresor, deseo insatisfecho, sexo lésbico… aunque todo ambientado en la década de los 80, en la que estos asuntos se veían de forma muy diferente a lo que dicta el pensamiento actual.

Recién iniciada la tercera década del siglo XXI el sexo ha dejado de ser una característica diferenciadora de los seres vivos para convertirse en una actividad libremente ejercida por quienes quieran admitir ante notario que desean practicarlo. 

Los hombres y las mujeres actuales, en su camino hacia la anhelada igualdad, han terminado por decidir que la diferenciación sexual no existe, siendo sustituida por el género, concepto antes dedicado únicamente a las cosas y reconvertido ahora en autodefinición voluntaria y diversa.


Vaya por delante que creo que cada cual es muy dueño de entretenerse como y con quien le plazca y que juzgar al prójimo está fatal hasta para los más ultracatólicos de la cueva en la que los progres creen que vive la gente que no comulga con sus postulados. Líbreme Dios de menospreciar o ni siquiera mirar con curiosidad a cualquier persona por cómo pasa su tiempo de asueto, o como se autodefine, o como viste, y si un señor con bigote cuartelero me aclara que se llama Luisa, pues Luisa lo llamaré sin problema alguno. ¡Faltaría más!

Lo que no tengo tan claro es que  sea necesaria más legislación para que todo esto se reconozca (ojo, entiéndase que hablamos de las leyes actualmente en vigor que aún establecen diferencias entre hombres y mujeres), y que la libertad de ser y sentirse como cada cual desee, pase por regular normativamente cada aspecto de la vida “general”, que ya no sexual, de la gente, hasta el punto de admitir que la simple declaración de género, sea este el que sea, es suficiente para que a los todos los efectos legales se considere a esa persona miembro del género declarado. A partir de ese momento hasta las feministas más genuinas han puesto pie en pared y se preguntan cosas como ¿qué lucha queda ya a la mujer para igualarse al hombre si cualquier maromo embrutecido puede declararse fémina y apalear cruelmente a su pareja sin ser entonces considerado un violento machista? 

El camino que inician las diferentes propuestas legislativas, que la progresía bienintencionada quiere sacar adelante, se está convirtiendo en un curioso batiburrillo que no deja de agregar siglas a lo que en su día fue el colectivo LGTB para ser ya LGBTIQ+, en un sinfín que lejos de encontrar final solamente genera nuevos problemas como el de qué hacer con los WCs, tradicionalmente de señoras y caballeros, bien, una vez superado el trance de que sea obviamente necesario permitir a los transexuales usar el que se ajuste mejor a su nuevo género, autorizando la alternancia a los intersexuales, ¿qué hacer con los no binarios?, ¿un tercer retrete?

Es de suponer que publicadas las nuevas normas en el BOE la cosa no debería termina aquí, porque queda mucho camino hacia la igualdad y surge, entre otras, con fuerza en la sociedad la vieja reivindicación aún no lograda de considerar a todos los hombres (y mujeres) iguales sin importar el color de la piel, por lo que si seguimos por el mismo camino, deberíamos dictar nuevas leyes para declarar que el color de la piel, como el sexo, no es un rasgo diferenciador sino que la raza pasará a ser electiva y deberá reconocerse como tal según la preferencia de cada sujeto (o sujeta), es decir que si un señor con bigote cuartelero me aclara que se llama Luisa y que es de raza negra, pues Luisa lo llamaré sin problema alguno y de raza negra será. ¡Faltaría más!

Y en el camino de la Interseccionalidad, que categoriza las diferentes formas que en el mundo tenemos de discriminar a los demás, llegaremos al punto de eliminar toda diferencia convirtiéndolo todo en optativo y así si un señor con bigote cuartelero me aclara que se llama Luisa, no binario, y que es de raza negra, licenciado en Oxford, joven, atractivo, judío, de clase alta, multimillonario y campeón de esgrima ¿quién soy yo para llevarle la contraria y retarlo a un duelo de espada? ¡Faltaría más!

En resumen, a fuerza de reconocer diferencias que obligan a subcolectivizar cada colectivo terminarán por llegar al núcleo de la cuestión y es que cada cual es diferente al resto, hijo de su padre y de su madre, libre y sujeto de derechos y deberes para sí y para los demás, sea del sexo biológico o electivo que sea, sea cual sea el color de su piel, su fe o su ideario político... Es un curioso camino este, desde la izquierda al liberalismo más tradicional, que reconoce los derechos del individuo por encima de los del colectivo, pasando por el más radical populismo bolivariano.

La mejor manera de eliminar barreras, me parece a mí, no es camuflar a cada individuo de modo que pase por todas las que hoy hay, tal vez lo más adecuado sería eliminar esas barreras que se basan en diferencias que no por negadas o disfrazadas dejan de existir y así, mi amigo con bigote cuartelero podrá ser lo que le venga en gana, porque a mi particularmente me importará una higa, mientras sea un tipo honesto y civilizado con el que se pueda vivir y podrá ejercer su ciudadanía sin hándicaps impuestos por los que en algún momento de la historia consideraron que otros eran inferiores por no ser de su raza, o que un sexo prevalecía sobre el otro, o que la sodomía era el más nefando de los actos, o que la sociedad tenía el derecho de castrar a los discapacitados, entendiendo por tales a los que presentaran cualquier rasgo molesto para la clase dominante.

Contesto a la pregunta ¿un tercer retrete? Pues no, lo más justo y razonable es hacer lo que se hace en cualquier hogar, compartir el baño sin distinción de género, sexo, edad, raza o especie, con naturalidad y respeto, con la educación tradicional que deja que primero entren papá o mamá, salvo urgencia, organizar el horario de duchas o baños como mejor les venga y en los ratos disponibles asear incluso a sus mascotas en el mismo lugar sin hacer más aspavientos que mantener la limpieza e higiene necesarias para tal pieza del hogar. ¿Hace falta un ministerio para legislar esto? Y con las demás barreras lo mismo.

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