Las miles de palabras o los docenas de huevos
La primera parte de la frase que encabeza este escrito le parece bien al corrector gramatical de Word, no así la segunda, en la que me subraya en verde “los” indicándome un error gramatical, pues debería haber escrito “las docenas”, pero ¿por qué entonces le parece correcto “las miles”, cuando debería ser “los miles”? Lo cierto es que el lenguaje está muy vivo y en la era de la comunicación, muta constantemente adquiriendo nuevas formas gramaticales e importando nuevos vocablos que se extienden en el habla popular sin el menor filtro académico. Un lenguaje en cambio permanente es un lenguaje de usar y tirar, pues ninguna idea expresada en él permanecerá más allá del próximo cambio.
En la excelente entrevista que Eduardo Punset hizo a Gary Marcus, psicólogo de la Universidad de Nueva York, éste sostiene que “las lenguas no se inventaron, sino que evolucionaron por casualidad y accidente” y a continuación añade: “la mayor parte de las veces ni nos damos cuenta, deducimos lo que la otra persona quiere decir porque el contexto está relativamente claro. Sin embargo, a veces no entendemos lo que piensan los demás, ni entendemos lo que están diciendo. Creemos que lo entendemos, pero en realidad no lo hacemos”.
Estoy convencido de que Gary Marcus tiene razón, todos hemos experimentado situaciones en las que nuestro interlocutor en una charla reacciona de una manera diferente a la esperada ante nuestras palabras, y hemos comprobado lo difícil que es hacernos entender al tener una conversación sobre algún tema relativamente importante. El contexto, los “aprioris”, los prejuicios y nuestra propia estructura cerebral juegan en nuestra contra. Lo expresa muy bien Eduardo Punset, al final de la entrevista: “O sea que realmente no es que estemos (y es bueno no olvidarlo, esto) fantásticamente diseñados para no fallar, sino que somos un apaño que es el resultado de una larguísima evolución, y a veces funcionamos bien, y otras mucho menos bien de lo que esperamos”.
Así me explico mejor los diálogos de besugos que se producen en el parlamento, cuando se le pregunta por algún asunto relevante al gobierno y cualquier miembro de éste contesta con la guerra de Iraq o con el sexo de los Ángeles. No hay posibilidad de entendimiento, nuestros cerebros no están diseñados evolutivamente para expresar ideas con claridad y precisión, no son capaces de percibir con nitidez el significado de las palabras que escuchan.
El cerebro humano, y más el del político, tiene que navegar en un mar de conceptos difusos, de ruido dialéctico y de indefinición ideológica tal, que el éxito dependerá más de las habilidades que tenga el sujeto para manipular las emociones, que de lo que realmente exprese en sus discursos.
Por una razón meramente evolutiva, no es de extrañar que las personas que hablan con claridad y expresan lo que verdaderamente sienten, que se muestran tal como son, no sean seleccionados para formar parte de la clase política, en tanto que quienes poseen un discurso grandilocuente pero opaco, contundente pero ambiguo, lleno de sonido pero vacío de contenido, muy aparente pero sin cimientos, serán llamados a ocupar los puestos más relevantes en las estructuras de los partidos y el grupo del que forman parte tendrá más éxito que quienes no se manejen bien en ese terreno.
Creo que los recientes equívocos en los que se ha visto involuntariamente envuelto el Secretario del PP segoviano, por la manipulación intencionada de una supuesta conversación, aireada en los medios por un líder rival, son un buen ejemplo de cuanto he querido expresar en este escrito.
Lo bueno es que si no he logrado hacerme entender también será un éxito para avalar la tesis de que, al final, el lenguaje es un obstáculo para el entendimiento, pero es lo único que tenemos, la alternativa es resolverlo a tortas y eso... ya sabemos que tampoco funciona.