El corazón tiene razones...

Según el Konfliktbarometer del Instituto de Investigaciones sobre Conflictos Internacionales de Heidelberg, el mundo se volvió más conflictivo en 2008, contabilizando 9 guerras y 30 conflictos armados; son tantos y tan variados que parece imposible no ya solucionarlos, sino ni siquiera tener una opinión o tomar una postura en cada uno de ellos. Sólo algunos tienen presencia mediática suficiente como para animarnos a formar un juicio. En unos pocos tomamos parte como nación, enviando fuerzas en número y con medios discutibles y en otros salimos a la calle tras una pancarta reclamando neutralmente la paz o abrazando apasionadamente una de las causas y olvidando otras que desangran regiones y pueblos, sin que nadie se manifieste pidiendo una tregua porque sólo conocemos el genocidio que los medios publicitan. En este sentido es enormemente esclarecedor el artículo de Bernard-Henri Lévy sobre "los dudosos 'amigos' del pueblo palestino"

Cada conflicto tiene su origen, sus motivos, sus contendientes, sus ganadores y sus perdedores, sus vivos y sus muertos, pero todos tienen algo en común y es que la razón última de los mismos es la sinrazón.

Jacobo Muñoz, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, afirma, al comienzo de un artículo en Claves de Razón Práctica, que "La tendencia a pensar el mundo de acuerdo con el modelo dualista –según el cual nos dividimos de alguna forma esencial en dos: nosotros y ellos (un ellos que puede ser a su vez múltiple)- es tan antigua, cabría decir no sin cierta disculpable exageración, como nuestra conflictiva especie."

Ante cada conflicto mediático hay quien defiende el diálogo como único camino de solución y vemos como ciertos políticos se empecinan en ofrecer diálogo a terroristas o tratan de convencernos de que hay que promover un diálogo entre las partes en conflicto en el Oriente Medio. Es fácil reclamar diálogo a otros, no hay nada que perder, si funciona (nunca lo hace), el promotor remoto se apunta el tanto, si fracasa, la culpa es de las partes, no del primero.

Según Giselle Huamani Ober, Coordinadora de Gestión del Conocimiento de Prodiálogo, el diálogo representa la victoria de la razón. Camino para prevenir y superar los conflictos que surgen en la sociedad cuando, “las partes no están de acuerdo sobre la distribución de recursos materiales o simbólicos y actúan basándose en estas incompatibilidades percibidas”. El problema surge cuando el desacuerdo se fundamenta en las pasiones, en los dictados del corazón.

Primar el corazón como referente de la actuación viene de lejos, ya el filósofo francés del siglo XVII Blaise Pascal escribió que "el corazón tiene razones que la razón no entiende", dando a entender que una parte del conocimiento está fundamentada en emociones cuya fuerza les otorga un valor que la razón no consigue. Muchas decisiones importantes son más pasionales que razonables. Otro filósofo vecino del mismo siglo, el inglés Thomas Hobbes, afirmaba que "los hombres nunca desean ardientemente aquello que sólo desean por la razón". Aún más lejos fue un siglo después otro inglés, William Law, al decir que "La razón es y debe ser solamente la esclava de las pasiones". Parece evidente que cada vez pesa más el corazón que la razón, la inteligencia emocional se ha inventado para tratar con las pasiones y es corriente escuchar frases como "tiene mucha razón, pero la pierde con las formas...", dejando claro que importa más la apariencia amable que el razonamiento ofrecido. No se discuten las ideas, se compite con las apariencias.

El amor es un motor de potencia formidable que nos puede impulsar a realizar los actos más heroicos o las mayores barbaridades. Junto al amor, su primo-hermano el odio genera una energía equiparable, la diferencia es que, en este caso, se cierra el camino de la heroicidad.

Sea como sea, dialogar con alguien enamorado es inútil, no parece que se pueda convencer con razones a quien actúa por amor, piensen los padres sobre el resultado de decirle a una adolescente enamorada algo como "ese chico no te conviene..." y eso no es nada si quien actúa lo hace movido por el rencor. Si estas pasiones no se mantienen controladas, los actos que impulsen pueden ser desastrosos y alcanzar dimensiones de guerra mundial, pero lo que está claro es que nunca atenderán a razones.

Filantropía y misantropía no son condiciones propicias al diálogo, en el primer caso importa poco, nos da igual que quien nos favorece lo haga por amor a Dios o al prójimo o a los dos y al misántropo no le preguntamos porqué nos odia, sólo nos alejamos de él lo más posible.

Cuando las pasiones entran en juego, parece imposible buscar soluciones dialogadas, sólo se antojan factibles dos opciones, la de intervenir separando a las partes y desarmándolas para tratar de promover un período lo más largo posible de equilibrio inestable, de falsa paz, en el que el conflicto permanecerá latente o dejar a las partes a su aire, esperando a que se enfríen o que terminen de reventar con el resultado de la destrucción total de los enemigos... Si el diálogo no pudo evitar el conflicto, será mejor intentar la primera opción, siempre que sea posible.



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