Cómo enfrentarse a los problemas

Cuentan que cierto detective, al observar los cuerpos de Lía y Roan tendidos en el suelo de una habitación, sobre la moqueta húmeda y junto a unos fragmentos de cristal, exclamó sin titubeo —han muerto asfixiados—. La pregunta es evidente ¿Cómo lo supo? A partir de aquí, si el lector no conoce de antemano la historia, propondrá una catarata de ideas para explicar, de modo más o menos creativo, cómo pudo el mencionado detective alcanzar una conclusión tan rápida y tan certera, sin esperar a que los del C.S.I. acordonaran el escenario y practicaran las pruebas forenses pertinentes.

Examinando detenidamente todas las posibles explicaciones a la sagaz conclusión, podemos observar que la mayoría tienen algo en común, los sujetos que las proponen, como yo mismo hice en su día, han introducido en la escena elementos de su propia cosecha, más o menos evidentes, para apoyar su hipótesis, completando la aparente falta de información que nos ofrece el enunciado del problema. Algunos plantean que habrían sido asfixiados con las almohadas de la cama, como se ha visto en tantas películas (siempre me llamó la atención la facilidad con que se mueren los americanos en el momento en que se les pone una almohada en las narices), otros sugieren que el investigador habría observado síntomas de estrangulamiento, algunos dirán que olía a gas o que unas bolsas de plástico envolvían sus cabezas… y así hasta donde la imaginación nos lleve. 

Todas las soluciones propuestas por ese camino son erróneas, fíjese que ni almohadas, ni sogas, ni marcas en los cuerpos, ni olores extraños, ni bolsas son pistas que aparezcan en la formulación del problema, y su introducción arbitraria en la historia es la que nos hace errar en la búsqueda de la solución; pero hay un elemento común a todas las teorías, sean cuales sean, todos los postulantes incluyen una premisa inconscientemente, que es lo que hace que cualquier explicación ulterior se encamine inevitablemente al fracaso; todos asumimos sin discusión que Lía y Roan son una mujer y un hombre, sin reparar en que nunca se ha dicho tal cosa.

Si nos enfrentamos al problema sin prejuicios, tomando únicamente la información que nos ofrece, sin añadir elementos de nuestra cosecha, el campo se abre y podemos encontrar soluciones mucho más acertadas que expliquen la situación por completo. Si eliminamos el factor humano podemos fácilmente pensar qué tipo de ser vivo se asfixiaría de yacer sobre la moqueta húmeda de una habitación, rodeado de cristales: un pez, naturalmente; si Lía y Roan son dos peces, que nadaban apaciblemente en su pecera, hasta que ésta cayó por cualquier causa al suelo rompiéndose, derramando el agua y dejándoles expuestos a la mortal atmósfera, todo encaja y el asunto resulta una obviedad. Queda en evidencia de pronto todo el atrezo extra que hemos puesto en la escena original y que nos ha impedido encontrar la solución.

Todos los seres humanos sentimos cierto vértigo ante los huecos en la información, de modo que los llenamos inconscientemente con elementos creados a medida para que encajen en los espacios vacíos. Necesitamos explicaciones coherentes a cuanto nos rodea para poder sobrevivir con cierta seguridad intelectual, pero esto, que en muchos casos es un hecho natural, en otros impide que encontremos verdaderas soluciones a los problemas; lo que muchas veces resulta provechoso, tantas otras resulta ser un prejuicio que, lejos de mejorar nuestra existencia, la complica y es fuente de conflicto.

Igual que en el problema de los peces, en numerosas situaciones de la vida es necesario desprenderse de prejuicios para observar la realidad, sin aditivos, para así poder proponer soluciones eficaces a los problemas reales de la sociedad. Si al comienzo de esta terrible crisis, el gobierno de la nación se hubiera enfrentado al problema de este modo, sin tantos prejuicios ideológicos, nos habríamos ahorrado mucho, mucho sufrimiento.

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