Los nombres de Dios

Dicen los físicos que sólo conocemos un 5% de la materia y la energía que componen el universo. Al parecer esto lo deducen del hecho de que el funcionamiento del cosmos no puede explicarse por lo que sabemos hasta el momento e intuyen lo que falta por el enorme espacio vacío que queda en el tapete después de colocar las pocas piezas del gran puzle cósmico que tenemos a nuestro alcance. Pero no es sólo de esta ciencia de la que desconocemos casi todo, en realidad, y al menos en mi caso, la enorme cantidad de cosas que desconozco es tal que prefiero olvidarla, por el desánimo que me produce pensar en ello. Como muchas personas, supongo, limito mi interés a algunos pocos temas que despiertan mi curiosidad y, a veces, sólo algunas veces, profundizo algo en algún saber, por aquello de practicar el noble deporte del debate, pero nunca más allá de lo que pueda soportar una acalorada tertulia de café, no sea que mi ignorancia quede demasiado patente, que uno tiene su pudor.

Uno de los asuntos que últimamente ha despertado mi curiosidad es el de la idea que las diferentes sociedades tienen unas de otras, al observar cómo nos desconcierta el reflejo que de las mismas nos llega a través de los medios, y como tendemos a formarnos juicios precipitados sobre personas que, aun siendo nuestras vecinas, apenas conocemos. Más concretamente, hablo de las variopintas polémicas sobre el Islam surgidas recientemente alrededor de los proyectos de construcción de una mezquita en la “zona cero” de Nueva York, de la clausura de otra en Lérida por superar ampliamente el aforo permitido, de las innumerables y recurrentes polémicas sobre el velo islámico o del obligado cambio de nombre y aspecto de una discoteca en Murcia o, lo que es peor, la actual amenaza de atentados en Europa. Investigando un poco en estos asuntos descubrí un libro titulado “Los más bellos nombres de Al-lâh”, gracias al que confirmé lo que ya sospechaba, que no sé nada, más allá de cuatro lugares comunes, sobre esa cultura y esa religión.

Siempre pensé que las grandes religiones monoteístas adoraban al mismo Dios. La religión católica nace en el seno del pueblo Judío y guarda gran parte de su revelación, escrituras y tradiciones; el Islam bebe de parecidas fuentes, recordemos que la revelación a Mahoma se produce a través de Yibril, que es nada menos que el Arcángel Gabriel, el mismo que anunció a la Virgen María su concepción. Rascando un poco para apartar el denso polvo de los prejuicios es fácil descubrir que Cristianos, Judíos y Musulmanes tenemos muchas cosas en común y que todas las doctrinas son, en el fondo, guías personales que indican el camino a la salvación.

Profundizando sólo un poco más, se me hace muy difícil entender como los que deberíamos considerarnos hermanos, hijos de un mismo Dios, nos miramos con recelo y nos perseguimos hasta la muerte en nombre de ese mismo Dios. A este lado de la platea, desde la que los occidentales, viejos cristianos europeos, observamos el teatro del mundo, frecuentemente identificamos Islam con terrorismo, atraso o barbarie, sin darnos cuenta de que nos alimentamos de tópicos que nada tienen que ver con la realidad, de que estamos prejuzgando a media humanidad, de la que apenas sabemos nada, haciéndola encajar a la fuerza en el cliché de nuestras pesadillas.

Según el libro mencionado, Al-lâh tiene infinitos nombres, pero de ellos 99 son los más hermosos y su memorización y recitación diaria conduce al Jardín; entre esos nombres de Dios están algunos como Al-Rahmân (el Misericordioso), Al-Rahîm (el más Compasivo), Al-Halîm (el Manso), As-Salam (la Paz) o Al-Wadûd (el Cariñoso). ¿Podemos creer que alguien que reza de este modo es nuestro enemigo o que invocará el nombre de Dios, Ar-Rahmân , “El que bendice y da prosperidad a todos los seres sin distinción”, para justificar un acto terrorista? Yo creo que no. Debemos profundizar en el conocimiento mutuo para descubrir lo que nos une, que es mucho, y así desterrar a quienes se sirven de la ignorancia para enfrentarnos, pues esos no conocen los nombres de Dios.
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