In vino veritas
Se cree desde la antigüedad que los niños y los borrachos dicen siempre la verdad, y a eso cuentan que se refería Plinio el viejo, a quien interesadamente se imputa el aforismo “in vino veritas” (en el vino está la verdad), quienes repiten el proverbio para apoyar algún argumento propio.
Parece una tendencia natural atribuir verdad a lo que nos llega desde cualquier fuente, siempre que encaje con nuestro modo de pensar o con nuestra colección de ideas preconcebidas; muchas veces damos por cierta cualquier frase que, a modo de refrán o de tópico mil veces repetido, escuchamos de boca de cualquiera, y la coreamos ante quien nos quiera atender para apuntalar alguna tesis particular, como si su veracidad estuviera suficientemente contrastada por venir acompañada del ripio, y más si viene en verso o, como es el caso, firmada por alguien tan antiguo y de nombre tan noble como Cayo Plinio Cecilio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo.
Además, difícilmente resistimos la tentación de aportar algo a una sentencia si su significado nos parece poco evidente para nuestros propósitos, y así se explica que se mezclaran con el tiempo los niños y el vino, y más tarde los tontos y los locos…, enmarañando aún más la madeja para tejer una falsa verdad a la medida de nuestras necesidades que nadie se molesta en verificar.
Cuánto mejor sería hacer caso a René Descartes, el filósofo de la Duda Metódica, quien sí escribió que “acaso las ideas evidentes son falsas”. Un poco de interés es suficiente, con los medios que hoy tenemos a nuestro alcance, para localizar la verdadera cita de Plinio, en el libro XIV de su “Historia Natural”, dedicado a la “Botánica, la vid y el vino”, y descubrir que, lejos de alabar al vino como fuente de verdad, nos quería advertir sobre lo falso de la vieja creencia popular y dar cuenta de los efectos perniciosos del consumo etílico inmoderado, pues lo que realmente hizo fue escribir: “Volgoque veritas iam atributta vino est” (según la gente, la verdad se atribuye al vino), para señalar a continuación —me ahorro el latinajo— que el bebedor no ve la salida del sol, y vive menos tiempo. No decía nada de los niños, que parece que se unieron al dicho más adelante, ni advierte en su “Historia Natural” sobre el que los infantes puedan impedir ver la salida del sol, más bien sería lo contrario, o de que acorten la vida de los que los crían, lo que ya resulta más verosímil.
Con los tiempos que corren, en nuestra sociedad competitiva en la que a veces parece que todo vale, no estaría de más que dedicáramos de vez en cuando algún rato a cuestionarnos lo que hemos venido dando por hecho, desaprender para aprender, y no hablo de discutir verdades fundamentales o principios ideológicos o los ultimísimos, sino de reexaminar otras ideas sencillas, cotidianas, que con un sello de autenticidad confeccionado con papel charol y brillantina, se nos cuelan desde diferentes foros, sobre todo desde el poder, para disponer nuestro ánimo en ruta favorable a sus intereses.
Creo que sería bueno y sano que dudáramos de algunas viejas máximas que se repiten incansablemente a nuestro alrededor para justificar lo injustificable, como por ejemplo: “la izquierda se preocupa por los obreros”, o “la derecha solo defiende a los poderosos” o “es imposible bajar los impuestos y obtener más recursos”, o “los parados en formación no son parados”; y tantas otras que, simplemente observando los hechos y sin necesidad de acudir a prestigiosas bibliotecas para investigar en textos eruditos, caen por su propio peso, a menos que queramos dejarnos engañar y prefiramos seguir pensando que “in vino veritas”.