El perfume y las moscas
Este es un verano de records, uno de temperatura, dicen que Julio ha superado en 2 grados centígrados la media de los últimos 30 años, y otro de moscas; yo, por lo menos, he batido el de dípteros abatidos en un solo día en mi cuarto, superando en más del doble al Sastrecillo Valiente, claro, que él mató a 7 de una vez y yo he ido eliminándolas de una en una.
Agosto es tiempo de ocio y de vacaciones, tiempo de becarios y de suplentes en los periódicos, los programas de radio y televisión, que se esfuerzan para entretener a los pocos espectadores que les atienden mientras guardan las ausencias de las estrellas; y los políticos, que este año han cerrado tarde el parlamento, se dispersan por el globo en busca de un descanso inmerecido. Se diría que el tiempo se hace perezoso y que nuestro interés por las noticias disminuye, no hay urgencia por escuchar el parte, como aún le llaman en mi pueblo, salvo para saber si mañana hará un buen día de playa o piscina y el periódico, adelgazado en estas fechas y propenso al frívolo colorín, se hojea tarde y sin ganas.
Los problemas que nos quitaban el sueño antes de las vacaciones quedan aparcados, se difuminan y se pierden en la ilusión de intemporalidad que produce la calurosa modorra estival y los olvidamos, como si el verano fuera a ser eterno.
El record de moscas muertas (cae otra que me torturaba mientras escribo estas líneas), me trajo a la mente un pasaje del Eclesiastés, libro del Antiguo Testamento atribuido al rey Salomón y muy útil para sacar citas de contexto y usarlas para lo que no fueron escritas, que dice: “las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así afecta una pequeña locura al que es estimado como sabio y honorable” (10.1), recordándome que las decisiones o actos que consideramos pequeños, aquellos que dejamos atrás al comenzar el verano, con la esperanza de que no regresaran, pueden causar una catástrofe a la vuelta de las vacaciones. El sabio y el honorable pueden regresar convertidos en el tonto y el rufián por una pequeñez mal resuelta en su momento, ¿Cuánto no más por un asunto grave que simplemente se quiso dejar enfriar?
Desgraciadamente todo lo que dejamos aparcado antes de las vacaciones nos espera a la vuelta de la esquina y nada se olvida; vuelven las estrellas a los programas de radio y televisión y los becarios terminan sus prácticas en los periódicos, regresan las plumas titulares y lo que se había enfriado en verano vuelve a calentarse en invierno.
Me inquieta pensar en la vuelta de las vacaciones, en el otoño que nos espera tras esta pausa estival en la que los turistas han vuelto a animar nuestra economía, a pesar de la amenaza de los controladores aéreos, que de éstos no depende el vuelo de las moscas, sino la vida de millones de personas, no sólo de las que despegan, sino de las que las despiden o esperan en tierra. No sé si lo que otrora fueron agradables fragancias, frescos y prometedores perfumes, se habrán convertido en hediondos potingues por mor del cadáver flotante de alguna mosca veraniega. Espero muy sinceramente que al volver a la rutina y destapar el tarro de las esencias encontremos los aromas deseados.
Agosto es tiempo de ocio y de vacaciones, tiempo de becarios y de suplentes en los periódicos, los programas de radio y televisión, que se esfuerzan para entretener a los pocos espectadores que les atienden mientras guardan las ausencias de las estrellas; y los políticos, que este año han cerrado tarde el parlamento, se dispersan por el globo en busca de un descanso inmerecido. Se diría que el tiempo se hace perezoso y que nuestro interés por las noticias disminuye, no hay urgencia por escuchar el parte, como aún le llaman en mi pueblo, salvo para saber si mañana hará un buen día de playa o piscina y el periódico, adelgazado en estas fechas y propenso al frívolo colorín, se hojea tarde y sin ganas.
Los problemas que nos quitaban el sueño antes de las vacaciones quedan aparcados, se difuminan y se pierden en la ilusión de intemporalidad que produce la calurosa modorra estival y los olvidamos, como si el verano fuera a ser eterno.
El record de moscas muertas (cae otra que me torturaba mientras escribo estas líneas), me trajo a la mente un pasaje del Eclesiastés, libro del Antiguo Testamento atribuido al rey Salomón y muy útil para sacar citas de contexto y usarlas para lo que no fueron escritas, que dice: “las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así afecta una pequeña locura al que es estimado como sabio y honorable” (10.1), recordándome que las decisiones o actos que consideramos pequeños, aquellos que dejamos atrás al comenzar el verano, con la esperanza de que no regresaran, pueden causar una catástrofe a la vuelta de las vacaciones. El sabio y el honorable pueden regresar convertidos en el tonto y el rufián por una pequeñez mal resuelta en su momento, ¿Cuánto no más por un asunto grave que simplemente se quiso dejar enfriar?
Desgraciadamente todo lo que dejamos aparcado antes de las vacaciones nos espera a la vuelta de la esquina y nada se olvida; vuelven las estrellas a los programas de radio y televisión y los becarios terminan sus prácticas en los periódicos, regresan las plumas titulares y lo que se había enfriado en verano vuelve a calentarse en invierno.
Me inquieta pensar en la vuelta de las vacaciones, en el otoño que nos espera tras esta pausa estival en la que los turistas han vuelto a animar nuestra economía, a pesar de la amenaza de los controladores aéreos, que de éstos no depende el vuelo de las moscas, sino la vida de millones de personas, no sólo de las que despegan, sino de las que las despiden o esperan en tierra. No sé si lo que otrora fueron agradables fragancias, frescos y prometedores perfumes, se habrán convertido en hediondos potingues por mor del cadáver flotante de alguna mosca veraniega. Espero muy sinceramente que al volver a la rutina y destapar el tarro de las esencias encontremos los aromas deseados.