De vacas, asnos y educación

Por los años en que era estudiante universitario corría la leyenda de que a ciertos alumnos de medicina de la Universidad Complutense de Madrid, se les ocurrió matricular a una vaca en primero de carrera; Larrubia, que así bautizaron al animal, incluso se presentó a varios exámenes y, de haber seguido la broma, con el tiempo y algunos aprobados generales, hubiera podido licenciarse. No tengo ninguna evidencia de que aquel acontecimiento ocurriera realmente pero, a juzgar por algunos episodios sucedidos en los últimos tiempos, sí creo que en la universidad española, al menos en algunas, es posible matricular a cualquier asno y conseguir que, andado el tiempo suficiente, luzca un flamante título de licenciado.

Sirvan de ejemplo los hechos propios de comportamiento animal, en el peor sentido, menos noble del que hubiera tenido aquella pacífica vaca matriculada en el paraninfo madrileño, que hemos presenciado todos últimamente: hace unos meses unas decenas de estudiantes increpaban a Teresa Fernández de la Vega en un acto universitario, hace unos días otro grupo de energúmenos, estudiantes en otra universidad, agredía sin piedad a Rosa Díez, simplemente por acudir a la institución a expresar sus opiniones y otros, en otra región, insultaban gravemente al ex presidente del gobierno de España mientras se dirigía a dictar una conferencia; por cierto, en este último caso se dio más importancia al dedo del presidente que a la agresión, lo que me recordó la escena de la película “Amelie” en la que ella dice "cuando el sabio señala el cielo, el tonto mira el dedo". 

Las agresiones físicas o verbales en los foros universitarios a políticos o personas relevantes por su ideología o actividad pública no son un hecho aislado, vienen ocurriendo con cierta frecuencia en casi toda España, sin importar el color del ideario político del agredido ni el motivo de su visita; siempre aparece un grupo de sujetos dispuesto a impedir la libertad de expresión a toda costa, mientras otros asisten indiferentes a la escena haciéndose así cómplices por omisión.

Algunos bienintencionados explican, a posteriori, que los jóvenes expresan así sus opiniones y pretenden que creamos que se trata de un comportamiento normal que hay que tolerar, pero no es así, la mayoría de los jóvenes no se expresa de ese modo, en cada uno de los casos comentados había más gente dentro de las salas de conferencias, esperando escuchar a los agredidos, que fuera. Son muchos más los que prefieren debatir con aquellos con quienes disienten y rebatir mediante la palabra sus postulados. Tienen derecho a que se les deje expresar sus opiniones civilizadamente frente a los que lo quieren evitar rebuznando y dando coces.

Debemos actuar mientras estemos a tiempo, porque lo que ahora parece sólo anecdótico, puede terminar convirtiéndose en un tumor que devalúe gravemente nuestra capacidad de debatir democráticamente y de expresarnos con libertad. La universidad debe recuperar su papel generador de ideas y conocimiento, ha de volver a ser lugar privilegiado de encuentro en el que se difunda el respeto y la tolerancia, y si se ha de matricular algún animal, que vuelva Larrubia, la educada y pacífica vaca que quiso estudiar medicina, pero no dejemos que otros asnos menos civilizados nos ganen la partida.

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