El aquelarre

Las hayas milenarias aguardan, apenas cubiertas con una fina lencería tejida con frágiles líquenes, la llegada de la primavera, sobre un manto mullido de oro viejo y terciopelo de musgo que desprende aromas húmedos de tierra y hongos. En el silencio del bosque invernal, en lo profundo de la espesura, se escucha el susurro del viento que serpentea entre las ramas y cuenta secretos, leyendas de oscuras orgias de personas borrachas de bufotenina, beleño, digital y amanita, bailando en torno a una hoguera e invocando al “aker”, el Cabrón, suplicándole riqueza y poder. En el centro de un pentáculo, un ara de granito añejo, desgastado por el tiempo y decorado por un mosaico de xhantoria y caloplaca, es el lugar sobre el que ofrecer al Cabrón el sacrificio de un inocente robado del regazo de su madre. La sangre del lactante mancha el altar pagano e impregna los cuerpos de los enloquecidos participantes en el rito satánico, que danzan hasta la extenuación, rendidos a la zambra infernal.

Hubo un tiempo en que, por supuestos actos de brujería, se acusaba sin pruebas y se condenaba a los delatados a morir en la hoguera, no sin antes someterles a terribles padecimientos y torturas: en España, en 1610, la inquisición procesó a cuarenta vecinas de Zugarramurdi acusadas de brujería y doce de ellas terminaron condenadas en la pira inquisitorial.

La brujería siempre ha excitado la curiosidad y provocado el temor de las gentes, desde antiguo hasta nuestros días. Afortunadamente el aquelarre ha quedado para el arte y el turismo; hoy puede contemplarse en el Museo del Prado la pintura la llamada “el aquelarre” o “el gran Cabrón”, de Goya, que decorada originalmente una sala de “La Quinta del Sordo” y en las que se recrea una de aquellas reuniones en torno al macho cabrío, los corros de brujas ya sólo son un recuerdo señalado en los prados por las senderuelas, los hechiceros se dedican a predecir el futuro a los crédulos y las sociedades modernas han olvidado aquellas crueles e irracionales supersticiones que las empujaban a cometer atrocidades, mediante las que se dirimían las diferencias provocadas por el desconocimiento, la envidia, los celos o el miedo. Hoy hemos comprendido que la justicia debe impartirse con garantías y en base a hechos punibles probados, contemplados en un derecho compartido, y procurando la reinserción social. Los estados democráticos avanzados procuran aplicar la razón a la calificación de los delitos y garantizan los derechos de los acusados de cualquier infracción, diseñando códigos penales que superen el simple castigo, abrazando la misericordia como motor de la actuación penal para promover la redención del penado y su reinserción social, y empleando la indulgencia para suavizar el escarmiento de aquellos que creemos que no actuaron con suficiente malicia.

Tal es así, que el aborto, que antes se consideraba un delito nefando merecedor de pena de cárcel, pasó a ser un delito sin castigo en una sociedad que cree que una mujer, empujada por las circunstancias a cometer esa atrocidad, merece la comprensión y el perdón y no debe ser condenada a penas de prisión. Cuando dos bienes jurídicos dignos de igual protección colisionan la Justicia debe esforzarse en encontrar para cada caso el equilibrio entre los derechos de la madre y del hijo no nacido. Al respecto de donde debe situarse la responsabilidad en este campo, la sentencia 53/1985 del Tribunal Constitucional sobre la vida humana dice que el artículo 15 de la Constitución implica para el Estado dos obligaciones, a saber: “La de abstenerse de interrumpir o de obstaculizar el proceso natural de gestación, y la de establecer un sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma y que, dado el carácter fundamental de la vida, incluya también, como última garantía, las normas penales”.

Pasado el tiempo, sobre la bancada de un parlamento europeo, un grupo de mujeres reunidas en torno a un líder pagano, entre sonrisas y abrazos, festeja que el moderno sacrificio de nonatos ya no es ni siquiera un crimen digno de misericordia, sino que debe considerarse un derecho femenino, mientras  se olvidan de su obligación de proteger y ayudar a las madres… no sé por qué se me antoja que la noble madera pulida de esos escaños senatoriales procede de viejas hayas taladas en tupidos bosques, en cuya espesura aún se escucha el murmullo del viento que trae ecos de antiguas leyendas de brujas danzando junto al gran Cabrón…


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1 Comments
  • Sr. IA
    Sr. IA 27 de marzo de 2010, 19:41

    Es increible, se me ocurren mil razones para despenalizar el aborto (como bien dice, para ser comprensivo frente a)... De ahí a reivindicarlo como derecho... Es una aberración.

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