“La maternidad no es un hecho natural”
Si, ha leído bien, “la maternidad no es un hecho natural”, así lo afirma el “Borrador Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva” en el primer párrafo de la página 28, a partir de ahí poco importa lo que se diga en las 164 páginas que siguen hasta la 192, no hay argumentación posible para defender el derecho a la vida y la necesidad de proteger al nonato.
Si aceptamos el nuevo a priori sobre lo que es natural y lo que no, no tendremos argumentos a favor de la vida y si argumentamos sobre la base de las viejas ideas innatas sobre el derecho natural, comprobaremos que nuestros argumentos no son entendidos y, por tanto, no son tomados en cuenta. Nos encontramos ante un dilema similar al del objeto inamovible frente a una fuerza irresistible, ambas cosas son imposibles en un mismo universo, no pueden coexistir, igual que la idea de que la maternidad no es un hecho natural es incompatible con la idea contraria, o aceptamos una o la otra y eso determinará finalmente los valores sobre los que construyamos nuestra ética. Esa es la trampa, se cambian los principios para poder obtener el resultado deseado, y eso se hará tantas veces como sea necesario, lo importante es el fin, no importan los medios.
Más adelante el texto explica que "la maternidad es una ideología" y achaca a la misma que “algunas manifestaciones de las violencias ejercidas contra las mujeres se relacionan directamente con la salud reproductiva, como la mutilación genital femenina, los embarazos forzosos o los abortos provocados”… conforme avanzo en la lectura del borrador mi asombro crece, nunca antes había visto una rueda de molino tan grande tratando de colarse en los gaznates de los ciudadanos.
En este texto, de marcado carácter doctrinal, se mezclan churras y merinas, se confunde la velocidad con el tocino, se da gato por liebre o, como dijo Voltaire, “rendre des vessies pour des lanternes” (confunde las vejigas con las lámparas); se trata, por un procedimiento parecido al empleado en otras ocasiones, como en el caso de la famosa Educación para la Ciudadanía, de ir reeducando a los ciudadanos, como si España fuera un gran Gulag repleto de disidentes a los que adoctrinar, a los que se debe lavar el cerebro poco a poco, sustituyendo sus anticuadas creencias por otras nuevas a la moda de los gurúes de turno o al gusto del moderno gran hermano.
Este engrudo ideológico, cuyo primer fruto en forma de ley ha aprobado recientemente el Senado, supone lisa y llanamente la renuncia a pensar por parte de cuantos han apretado el botón del voto afirmativo; esa renuncia a usar la razón se extiende por contagio, a través de la repetición de consignas por parte de voceros bien situados en puestos sociales que amplifican su voz, a toda la población que termina por aceptar cualquier cosa y dócil sigue la senda marcada, como reses camino del matadero. Creo sinceramente que debemos reaccionar y reclamar nuestro derecho ciudadano a pensar.