Haití

A la hora de ponerme a escribir, ningún tema me parece relevante ni hay tópico que estimule mi imaginación; todo se relativiza y se desdibuja al lado de la tragedia, que una y otra vez golpea a los habitantes de la Tierra y casi siempre por el lado de los más pobres. Ahora entiendo bien a quienes, para relatar un hecho del que han sido testigos, comienzan diciendo “no tengo palabras”, y es que ¿qué se puede decir ante un suceso que barre, en cuestión de minutos, un país del mapa, mientras sus ciudadanos hacían planes, trabajaban, estudiaban, compraban en el mercado….?

Antes de que se apaguen los ecos del tsunami que arrasó el Índico, cuando aún no se ha recuperado Nueva Orleans del paso del Katrina, al menos los barrios en los que vive la población más pobre de la ciudad, ahora le toca a Haití, un país caribeño poco mayor que Ávila, Soria y Segovia juntas, en el que nueve millones de personas malvivían con un producto interior bruto 19 veces menor que el de España y 8 veces inferior al de su vecina República Dominicana.

Colón llegó en 1492 a La Española y el 24 de diciembre, levantó en tierra haitiana la primera construcción europea en América, un fortín llamado "La Navidad". Casi desde entonces Haití ha sido un país de historia convulsa, empedrada de golpes de estado y de intervenciones extranjeras, que apenas había empezado a estabilizarse políticamente  tras la ocupación por parte de los cascos azules de la ONU,  que siguió al derrocamiento de Jean-Bertrand Aristide en 2004.

Hará 4 años el próximo 7 de febrero, René Préval resultó el segundo presidente del país elegido democráticamente,  tras doscientos años y hoy, apenas es un superviviente que no sabe cuántos de sus compatriotas, que depositaron su confianza en el nuevo gobierno, con la esperanza de que se iniciara el camino que les condujera a la salida del oscuro túnel de la historia por el que discurría este luminoso país, sobrevivirán a la catástrofe.

Frente a un desastre natural de esta magnitud no cabe buscar responsabilidades, no se puede especular con la posibilidad de predecirlo o prevenirlo, no tiene sentido buscarle un significado; no es un castigo del cielo, ni fruto de una conspiración, es un hecho geológico fortuito causado por la propia naturaleza del planeta en cuya delgada y fracturada corteza vivimos. Lo único que podemos hacer, siendo conscientes de nuestra fragilidad, es procurar aparcar los problemas cotidianos, por mucho que nos preocupen, y echar una mano en la medida de lo posible para que los que ahora deambulan desnortados por lo que queda de Puerto Príncipe, encuentren una salida inmediata a sus más urgentes necesidades y para que, a medio y largo plazo, puedan reconstruir sus vidas y dejar atrás este terrible episodio.

Es el momento de la solidaridad, de la ayuda, sin más aditivos, no me parece oportuno empezar a cuestionar la eficacia de las organizaciones implicadas en la ayuda al pueblo haitiano, gubernamentales o no, en la gestión de los fondos. Todos sabemos que hay desalmados que se enriquecen con la desgracia ajena, pero es peor no ayudar, no se justifica dejar a los demás a su suerte para evitar que algún monstruo, indiferente al sufrimiento ajeno, medre entre bastidores. Ya habrá tiempo de saldar las cuentas.

Nuestra expresión de dolor por los difuntos, debe movernos a apoyar todas las iniciativas que eviten que la tragedia siga aumentando. Estoy seguro de que así será.

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