Cuestión de confianza

Los últimos barómetros publicados por el Centro de Investigaciones Sociológicas sitúan a la clase política en el tercer lugar entre las preocupaciones de los españoles; bien es cierto que está a 33,4 puntos de distancia de la segunda, que es la situación económica y a 65,4 de la primera, que es el paro, según el avance de datos de diciembre. Sea como sea, estas tres preocupaciones tienen un fondo común, reflejan una pérdida de confianza en la situación de España y en quienes deben resolver estos problemas.

El C.I.S. ofrece datos mensuales, desde 1996, sobre la valoración que los políticos merecen de los ciudadanos españoles, se gradúa desde muy buena hasta muy mala, pasando por buena, regular y mala. El grupo de personas que desde entonces valora a nuestra clase política como muy buena, nunca ha superado el 3,2%, son un pequeño grupo consolidado de optimistas sociológicos que parecen felices en cualquier situación. Desde 1996 hasta 2007, el resto de grupos se ha mantenido bastante constante, con variaciones puntuales, fruto de diferentes coyunturas, siendo siempre mayoritario el de los que creen que se debe valorar a nuestros políticos con un regular, los pesimistas del mal y muy mal se han venido manteniendo a niveles razonablemente bajos y constantes, lo que parece que ha sido suficiente para funcionar, más o menos bien, como país hasta la antesala de la crisis.

A partir de 2007 se produce un vuelco importante, con un ascenso de tendencia imparable de los que piensan que la clase política es mala, superando a los del regular, cuya tendencia se hunde y, lo que es peor, con un crecimiento importante de los que expresan una valoración muy mala. Esta situación refleja una terrible pérdida de la fe en quienes están llamados a dirigirnos y, por tanto, en nuestras posibilidades de avanzar y nos coloca en una situación muy difícil para superar la crisis en la que estamos hundidos.

La confianza compete al interior de cada persona y afecta a las relaciones personales, ya sean de índole laboral, comercial, o íntima, todas se basan en la confianza previa; la urdimbre que sostiene la trama del tejido social está compuesta de confianza, si la urdimbre falla, el tejido se rasga y quedamos desprotegidos. La confianza es una actitud muy frágil y tenue de la que depende en gran medida el futuro y cuya pérdida conduce a la parálisis.

La confianza perdida es difícil de recuperar, resulta muy arduo construir un ambiente de confianza, se necesita tiempo, constancia, lealtad y honestidad, pero cualquier tropiezo puede conducir a una pérdida de la misma, que eche por tierra lo conseguido hasta el momento. Se atribuye al poeta latino Quinto Horacio Flaco, el promotor del carpe diem, el aforismo de que “las muchas promesas disminuyen la confianza”, sobre todo si son incumplidas, añadiría yo, y esto es lo que parece que puede explicar el vuelco en la confianza que refleja el C.I.S. Cuando los ciudadanos dudan de la palabra dada por los políticos, si recelan de la capacidad de sus gobernantes, el problema termina minando las posibilidades reales de recuperación. La confianza en los que nos guían es básica y perderla nos obliga a pagar un precio muy alto.

Es urgente, es esencial, cambiar el rumbo, recuperar la confianza de la sociedad en sí misma y en quienes la dirigen o están en condiciones de hacerlo. Ya fuimos capaces de hacerlo entre todos al salir de una dictadura, cuando casi nadie daba un duro por el camino hacia la democracia, pero la confianza en nosotros mismos nos hizo superar todas las dificultades y nos permitió alcanzar grandes pactos y acuerdos políticos, ¿Acaso que no seremos capaces de recorrer de nuevo ese camino? Yo creo que sí, es cuestión de confianza.
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