El oficio más antiguo del mundo
Al final de la década de los 70, Bob Dylan se convirtió al cristianismo y lo celebró con la edición de su decimonoveno álbum, titulado “slow train comming”, lleno de referencias bíblicas, entre las que destaca una canción titulada “el hombre dio nombre a todos los animales”; en ella narra uno de los capítulos del Génesis que describe cómo fue la creación: “Formó, pues, Dios de la tierra, toda bestia del campo, y toda ave de los cielos y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre.” (Gen.2,19).
Este primitivo precursor de Carlos Linneo dedicó la primera parte de su existencia al noble trabajo de la taxonomía, el verdadero oficio más antiguo del mundo, aún antes de conocer a Eva, quien entró en seguida en competencia por ese trabajo, a decir de Mark Twain que puso en boca de un quejumbroso Adan, refiriéndose a su costilla: "...No consigo ninguna oportunidad de poner nombre a nada. La criatura nueva pone el nombre a todo lo que se acerca antes de que pueda ni protestar..."; y es que, para el hombre (en castellano este término se refiere a hembra y varón), lo primero y más natural es el trabajo: "El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara" (Gen. 2,15). Sólo después del pecado original se terminó lo de trabajar por placer, sin esfuerzo ni remuneración, y se añadió el pequeño detalle del sudor que heredamos todos los hijos de Eva.
La tradición occidental, de hondas raíces judeocristianas, considera al trabajo como “una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra”, tal como escribió Juan Pablo II en la encíclica Laborem exercens. Pero no sólo entre los cristianos o en occidente se piensa de este modo, parece una idea universalmente extendida que el ser humano, de toda condición raza y cultura, independientemente de su sexo, siente la necesidad del trabajo como algo consustancial a su naturaleza. Tal es así que la Constitución Española dicta, en su artículo 35, que “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo”.
Por las mismas fechas en que Bob Dylan publicó su disco, la psicóloga austríaca Marie Jahoda, consciente de que el trabajo es algo más que un modo de ganarse la vida, se dedicaba al estudio de los efectos psicológicos del desempleo, identificando al menos dos cargas psicológicas del paro: el debilitamiento de la condición social y de la identidad personal, y la exclusión del desempleado de los fines de la sociedad en general, en otras palabras, la simple carencia de trabajo causa infelicidad. Cuando un trabajador pierde su puesto de trabajo, no es suficiente proponer una protección social basada en un subsidio; suponer que el trabajo es una simple fuente de salario es una simplificación excesiva y no tiene en cuenta los efectos perniciosos de la permanencia de una persona en el desempleo.
Por mucho que se eleven las indemnizaciones por despido, no estaremos protegidos contra el paro, ni tampoco el subsidio de desempleo, medida cortoplacista de urgencia para amortiguar parte de los efectos perniciosos del desempleo como la exclusión social, evita el sufrimiento. La prolongación indefinida de subsidio, lejos de resolver el problema, nos conduce a un círculo vicioso en el que una sociedad inactiva, que no ociosa, deprimida y sin esperanza demanda cada vez más recursos del estado, recursos que ha de obtener de quienes aún trabajan, empobreciéndoles, generando mayor destrucción de empleo y creando una situación crítica de insostenibilidad de las cuentas públicas y de la Seguridad Social.
No se puede seguir por ese camino, aduciendo razones ideológicas que impiden llegar a acuerdos para cambiar el marco laboral y educativo, ignorando el sentido común y el clamor de la sociedad, mientras el paro crece día a día en España, mientras muchos compatriotas no ven salida a su situación y pierden algo más que la esperanza de alcanzar una vida digna.
No descubro nada nuevo si digo que no hay medida más social que crear las condiciones necesarias para que la sociedad se dinamice y cree empleo, y ese camino sólo puede emprenderse si dejamos a un lado los prejuicios ideológicos y nos enfrentamos valientemente, entre todos, a las reformas necesarias o si no, en poco tiempo, ya no habrá empleo que proteger.