A vueltas con la educación

Desde hace ya unos años, y cada vez con más insistencia, resuena el eco de la necesidad de hacer algo con la educación. Ya se han pronunciado las palabras mágicas, "debate y pacto", por quienes tienen la responsabilidad de hacer algo con la educación de nuestros hijos. El ministro del ramo, Sr. Gabilondo, ha recogido aparentemente el guante y ofrece, ¡ya era hora!, un acuerdo amplio a las fuerzas políticas.

La palabra debate me parece acertada en este contexto, refleja y resume la situación de partida, ya que significa controversia, discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas; aunque en el caso de España, cabría decir entre dos o más Españas. Respecto a pacto, se define como concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado, lo que no es poco, pero en el caso de la Educación, se me antoja un concepto pobre, por más que quieran darle aires añadiendo el calificativo de “gran”. Estamos demasiado acostumbrados a ver como se ofrecen pactos que se terminan convirtiendo, por falta de compromiso, en acuerdos de mínimos que alguna de las partes se apresura a incumplir. No es fácil explicar fuera de España, que nuestros hijos no puedan recibir la misma educación, independientemente de la Comunidad Autónoma en la que estudien, quedando sin garantizar la igualdad de oportunidades y la movilidad geográfica dentro de nuestro propio país.

Debate sí, debate amplio, abierto, libre, profundo y fructífero, pero entre quienes pueden y deben debatir, que son todos los que tienen algo que aportar a la educación; este debate no es sólo cosa de la escuela, sino de todos. Hay que abandonar el frentismo y la mojigatería y reconocer, de una vez por todas, que hay cosas que no pueden ser permanentemente discutidas y, por eso, pacto también, pero pacto social, entre todos los ciudadanos, para recordar los valores que compartimos y que queremos transmitir a nuestros hijos desde el entorno familiar, desde la escuela, desde los medios de comunicación y también desde la calle. Pacto que garantice a la escuela de la necesaria estabilidad para desarrollar su proyecto educativo.

Una nueva ley educativa que sustituya a la actual no es suficiente, no producirá los resultados deseados, si nos empeñamos en llevar la contraria a la familia desde la norma y viceversa, o si los medios y la sociedad en general promueven modelos diferentes al propuesto. No se puede seguir ignorando la responsabilidad de todos mientras, por comodidad, cargamos a la escuela con todo; no podemos seguir haciendo que nuestros jóvenes crezcan en medio de la contradicción, entre lo que se les dice que hagan y los comportamientos que ven a su alrededor.

Alejandra Vallejo-Nágera dice, en una entrevista reciente, que “la educación y la cultura se reciben en casa. La escuela no puede hacer lo que no hacen los padres”, yo añadiría que la escuela no puede hacer lo que la sociedad no hace. La escuela tiene un papel fundamental, pero no puede suplantar el papel de los demás agentes. La escuela es el lugar donde se recibe instrucción y donde se refuerzan los conocimientos necesarios para poner en práctica los valores aprendidos en la familia, pero no puede ofrecer a los jóvenes el ejemplo que sólo se obtiene del núcleo familiar. La escuela debe tener un papel compensador, para que todos los ciudadanos estén en iguales condiciones de alcanzar sus máximas potencialidades y para eso es necesaria una educación pública de calidad, pero que en ningún caso debe usurpar el papel fundamental de los padres en la educación de sus hijos, sino que debe colaborar con ellos y a la inversa. La escuela ha de ser una fiel colaboradora de la familia y ésta de la escuela.

Al tándem familia-escuela se han de sumar los medios de comunicación, los partidos políticos, los sindicatos y todos aquellos que tienen algo que decir en nuestra sociedad para difundir un conjunto compartido de principios y valores sobre los que nuestros hijos puedan reconstruir una sociedad abierta, plural y verdaderamente democrática, una sociedad en la que aún no hemos aprendido a vivir nosotros, sus padres, los adultos.
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