Paraguas

Paraguas: Utensilio portátil para resguardarse de la lluvia, compuesto de un bastón y un varillaje cubierto de tela que puede extenderse o plegarse…

El paraguas es un artilugio muy antiguo, dicen que introducido en Europa en el siglo XVII, cuya invención se atribuye a los chinos. A pesar de su ancianidad, en lo fundamental, ha evolucionado muy poco desde su origen; los hay de vivos colores, de llamativos estampados o negros como la noche, grandes o pequeños, manuales o automáticos, plegables o aparatosos, pero todos tienen una base estructural compartida.

Comúnmente se utiliza el paraguas para protegernos de la lluvia o del sol o como bastón; lo usa como teleférico improvisado el Celedón, en su descenso del cielo, en las fiestas patronales de Vitoria; Mary Poppins lo emplea para sobrevolar los tejados londinenses; bailan en una colorista coreografía en los títulos de crédito de "Los paraguas de Cherburgo"; y quién no recuerda la escena de la película “Cantando bajo la lluvia”, en la que Gen Kelly salta de acera en acera bailando, chapoteando y cantando, apoyado en un paraguas; es difícil imaginar a un “gentleman” británico sin su bombín y su paraguas; es un placer ver a Henry Jones, padre de Indiana Jones, encarnado por Sean Connery, paseando por la playa, con el paraguas doblado por el viento, tras usarlo para ahuyentar a las gaviotas contra el aeroplano que les disparaba, mientras dice: "de pronto recordé lo que dijo Carlomagno, que mis ejércitos sean los árboles y las rocas, y los pájaros del cielo..". Recuerdos de niñez, encarnando a algún mosquetero, armado de un puntiagudo paraguas a modo de espada, o huyendo del ataque de algún adulto furibundo que, tras sufrir alguna travesura, blandía en nuestra persecución un paraguas amenazante.

El paraguas es fácil de olvidar en cualquier parte, en las oficinas de objetos perdidos, el paraguas, es uno de los utensilios más abundantes, la EMT de Madrid tiene inventariados 12 paraguas encontrados en sus autobuses en los últimos 10 días; tampoco es infrecuente que se lleven, por error, nuestro paraguas del paragüero, dejándonos a merced de la lluvia. El mismísimo Friederich Nietzsche dejó escrito, al margen de uno de sus manuscritos, la frase entrecomillada: “he olvidado mi paraguas”.

Casi siempre que lo necesitamos no está a mano y cuando, previsores, salimos provistos de él, termina haciendo un sol de justicia. Si vamos en pareja, el paraguas es demasiado pequeño para los dos y si resulta de tamaño suficiente, entonces es que somos tres. La utilidad del paraguas es inversamente proporcional a la intensidad de la lluvia y directamente proporcional a la verticalidad de la misma; para el orbayu o xirimiri resulta inútil, pues el agua viene de todas partes; con viento se hace ingobernable y cuando jarrea terminamos completamente empapados salvo, quizá, la coronilla. En medio de la tragedia de las últimas inundaciones en Filipinas, resultaba chocante ver como grupos de personas deambulaban en busca de refugio, con el agua por encima de la cintura, bajo un intenso chaparrón tropical, protegidos por un paraguas.

Nunca llueve a gusto de todos y casi nunca coincide con un paraguas suficientemente grande y protector, salvo que sea el paraguas de este gobierno, capaz de resguardar, a según quien, de cualquier chaparrón, mientras desprotege a otros y deja que el agua, que escurre por los bordes, empape la nuca de los que no ampara. ¡Con la que está cayendo! Y, como Nietzsche, hemos olvidado nuestro paraguas.

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