Latro Balbe
A principios de este año, en las excavaciones que se están realizando para construir un centro de interpretación en el teatro romano de Cádiz, ha aparecido una placa fechada en el siglo I a.C. con un grabado en el que se puede leer la inscripción “LATRO BalbE” y que los estudiosos del tema han traducido como “Eh, Balbo, ladrón”. Parece que se trata de una maldición escrita por alguno de los constructores del teatro gaditano y destinada a surtir su efecto cuando el que encargó la obra, Lucio Cornelio Balbo “El Menor”, militar y político hispano, ocupara su asiento reservado en las representaciones del teatro a las que frecuentemente asistía como invitado.
Francisco Javier Lomas Salmonte, en su historia de Cádiz, cuenta que Asinio Polión, enemigo del recaudador Balbo, escribe: "...El cuestor Balbo, con una gran cantidad de moneda, una gran cantidad de oro y mayor todavía de plata, sacada de los fondos públicos, salió de Gades sin pagar siquiera el estipendio a los soldados y, retenido tres días en Calpe por la tempestad, pasóse al reino de Bogud, bien repleto de dinero...". Todo aquello acaecía tras la crisis que sobrevino al final de la época de esplendor de Gades, en medio de las luchas políticas que sucedieron a la muerte de Julio César.
Han pasado más de 2.000 años y, salvando las distancias, es como si la carta de Asinio la estuviera leyendo en cualquier periódico de estos días, como si el tema de conversación de los gaditanos de entonces no hubiera cambiado hasta hoy, como si mis compañeros de café me lo acabaran de comentar ¿te has enterado de lo de Lucio?... Sólo han variado los protagonistas, pero los hechos se repiten con tozuda pertinacia, ladrones y corruptos campan a sus anchas por esta vieja tierra hispana, por toda la geografía aparecen, como salpicaduras de barro en los zapatos nuevos, casos de ladrones que, como Balbo, distraen de los dineros públicos pingües beneficios con el mayor descaro.
Los hay arrimados a derecha y a izquierda, los ladrones no saben de ideologías, sólo saben de ocasiones. Carecen de moral, conciencia o escrúpulo que les impida acercarse a una fuerza política u otra en busca de quien se venda para obtener su botín. Se acercan con sigilo, enviando intermediarios, ofreciendo favores, allanando el terreno hasta que se hacen imprescindibles y pueden asegurarse el trofeo.
Y seguimos sin encontrar la solución, si acaso intentamos conjurar el mal con denuncias en la prensa, a modo de pintada en el teatro de Cádiz, y mientras, nos entretenemos en arrojarnos amargos vitriolos unos a otros que, como relata Paulo Coelho en su libro "Verónica decide morir", van contaminando el organismo con el paso de los años, anulando la voluntad.
Seguimos sin ponernos en serio a resolver las cuestiones fundamentales, entretenidos en tirarnos los trastos a la cabeza, renunciando a levantar la mirada, a dejar de lado las rencillas y los rencores atábicos, hundidos en una rutina sin sentido, en una espiral de la que tenemos miedo de escapar.
¡Las mismas luchas políticas que a la muerte de Julio César! Seguimos sin resolver, no ya la transición a la democracia en España, sino conflictos históricos que tenemos pendientes desde antes del nacimiento de Jesucristo.
Olvidamos muy pronto los pequeños chispazos de luz que salpican nuestra larga historia, tenemos una curiosa tendencia a arrojar sombras sobre los resplandores de nuestro pasado, empeñados como estamos en reinventar la historia para justificar espurios objetivos territoriales particulares.
Es urgente detenerse y recapacitar, ver de dónde venimos y plantearnos en serio a dónde queremos ir, sin miedo, sin ataduras, sin complejos y haciendo lo que sea necesario para avanzar, para dejar atrás tantos problemas sin resolver, cortando el nudo gordiano que nos ancla al pasado y mirando al futuro con confianza.
Hay que recuperar el mensaje político, devolver la confianza, eliminar la corrupción con valentía, unidos en un objetivo común. Necesitamos urgentemente separar la política de las peleas tabernarias entre quienes sólo tienen ambición personal, expulsar definitivamente a los Balbos de la vida pública y resolver, de una vez por todas, los problemas causados por la muerte de Julio César... perdón, ya no sé si de verdad han pasado más de 2.000 años.