Educación para la Ciudadanía
Es frecuente polemizar sobre educación hasta el apasionamiento, adoptando posturas maximalistas y muy poco prácticas, alejadas de la realidad y preñadas de ideología, que transforman a los debatientes en enemigos irreconciliables que terminan por mostrar con crudeza el peor de los ejemplos.
Ciertas políticas promueven una escuela que adoctrine a los pupilos, que les prepare para aceptar con docilidad los conceptos ideológicos que promueven, mientras que otras quieren que el colegio sea únicamente un centro transmisor de conocimiento sin mezcla de sentimiento, al tiempo que otros se preguntan si no sería posible una “tercera vía”.
La educación es, ante todo, cuestión de ejemplo y la enseñanza de conocimiento. Así, quien desconoce las matemáticas, pocas podrá enseñar y quien es ajeno a los valores, pocos podrá transmitir.
En el fragor de la disputa se pierde de vista el objetivo de la educación y, por tanto, la objetividad necesaria para un análisis sereno de la realidad, que permita diseñar políticas eficaces que eleven el nivel cultural y de convivencia de la sociedad. Cuando a nadie se le ocurre nada, siempre se termina cargando a la escuela con la responsabilidad y, por ende, con la culpa.
Es necesario transmitir a los nuevos ciudadanos conocimientos aceptables para la sociedad actual y es imprescindible, al mismo tiempo, comunicarles valores morales, pero no es lo mismo una cosa que la otra. Para transmitir conocimientos científicos o históricos se necesitan un par de cualidades, la primera dominio de la materia que se desea enseñar, y la segunda, poseer destrezas pedagógicas suficientes para educar eficazmente.
Pero ¿y los valores? ¿Se pueden equiparar a las matemáticas o a la lengua? Yo creo sinceramente que no. Si se pretende enseñar a los jóvenes a ser mejores personas, ciudadanos responsables, respetuosos con los valores democráticos propios de un estado moderno, no parece adecuado transmitirlo como una asignatura. La razón me parece evidente, los valores se transmiten mediante el ejemplo de aquellas personas cercanas que se han ganado nuestro respeto, cariño y admiración.
Para un joven las personas más queridas y admiradas suelen ser sus amigos, sus iguales; después de ellos algún adulto, no necesariamente profesor; después quizá sus hermanos o primos y casi nunca los padres. Sea como sea, los valores que aprenderán son los que ese entorno les transmita, sean positivos o negativos. ¿Acaso creemos que la escuela puede enseñar respeto a la mujer, a un niño cuyo padre maltrata a su madre? ¿Puede un maestro enseñar a respetar la opinión de los demás si luego otro no respeta las opiniones de sus alumnos o compañeros? Un pasillo limpio en la escuela no suele ser sólo el resultado del servicio de limpieza, sino de la actitud de los profesores que, sin decir nada, recogen del suelo los papeles que encuentran ante sus alumnos y de los alumnos que siguen naturalmente el ejemplo. Ser decente, ser justo, ser solidario solo se aprende entre personas decentes, justas y solidarias.
Simplemente viviendo nuestra vida dejamos a nuestros hijos una herencia cotidiana, sin percatarnos de lo que les donamos. Si nos preocupa cierta actitud de nuestros jóvenes lo más seguro es que debamos mirar cómo estamos actuando nosotros en las mismas circunstancias. Lo que nosotros vivimos es lo que enseñamos a nuestros hijos y si nos hace felices, no será necesario preocuparse, nuestros hijos lo aprenderán de modo natural.
Cada aspecto de la formación de la personalidad tiene su propio ámbito, y pretender una formación integral requiere de la participación de toda la sociedad, no se puede cargar a la escuela con todo sin poner las bases de una verdadera transformación social.
Si mejora la sociedad en su conjunto, se transmitirán los valores correctos y, tampoco en ese caso, será necesaria una asignatura de Educación para la Ciudadanía.
Ciertas políticas promueven una escuela que adoctrine a los pupilos, que les prepare para aceptar con docilidad los conceptos ideológicos que promueven, mientras que otras quieren que el colegio sea únicamente un centro transmisor de conocimiento sin mezcla de sentimiento, al tiempo que otros se preguntan si no sería posible una “tercera vía”.
La educación es, ante todo, cuestión de ejemplo y la enseñanza de conocimiento. Así, quien desconoce las matemáticas, pocas podrá enseñar y quien es ajeno a los valores, pocos podrá transmitir.
En el fragor de la disputa se pierde de vista el objetivo de la educación y, por tanto, la objetividad necesaria para un análisis sereno de la realidad, que permita diseñar políticas eficaces que eleven el nivel cultural y de convivencia de la sociedad. Cuando a nadie se le ocurre nada, siempre se termina cargando a la escuela con la responsabilidad y, por ende, con la culpa.
Es necesario transmitir a los nuevos ciudadanos conocimientos aceptables para la sociedad actual y es imprescindible, al mismo tiempo, comunicarles valores morales, pero no es lo mismo una cosa que la otra. Para transmitir conocimientos científicos o históricos se necesitan un par de cualidades, la primera dominio de la materia que se desea enseñar, y la segunda, poseer destrezas pedagógicas suficientes para educar eficazmente.
Pero ¿y los valores? ¿Se pueden equiparar a las matemáticas o a la lengua? Yo creo sinceramente que no. Si se pretende enseñar a los jóvenes a ser mejores personas, ciudadanos responsables, respetuosos con los valores democráticos propios de un estado moderno, no parece adecuado transmitirlo como una asignatura. La razón me parece evidente, los valores se transmiten mediante el ejemplo de aquellas personas cercanas que se han ganado nuestro respeto, cariño y admiración.
Para un joven las personas más queridas y admiradas suelen ser sus amigos, sus iguales; después de ellos algún adulto, no necesariamente profesor; después quizá sus hermanos o primos y casi nunca los padres. Sea como sea, los valores que aprenderán son los que ese entorno les transmita, sean positivos o negativos. ¿Acaso creemos que la escuela puede enseñar respeto a la mujer, a un niño cuyo padre maltrata a su madre? ¿Puede un maestro enseñar a respetar la opinión de los demás si luego otro no respeta las opiniones de sus alumnos o compañeros? Un pasillo limpio en la escuela no suele ser sólo el resultado del servicio de limpieza, sino de la actitud de los profesores que, sin decir nada, recogen del suelo los papeles que encuentran ante sus alumnos y de los alumnos que siguen naturalmente el ejemplo. Ser decente, ser justo, ser solidario solo se aprende entre personas decentes, justas y solidarias.
Simplemente viviendo nuestra vida dejamos a nuestros hijos una herencia cotidiana, sin percatarnos de lo que les donamos. Si nos preocupa cierta actitud de nuestros jóvenes lo más seguro es que debamos mirar cómo estamos actuando nosotros en las mismas circunstancias. Lo que nosotros vivimos es lo que enseñamos a nuestros hijos y si nos hace felices, no será necesario preocuparse, nuestros hijos lo aprenderán de modo natural.
Cada aspecto de la formación de la personalidad tiene su propio ámbito, y pretender una formación integral requiere de la participación de toda la sociedad, no se puede cargar a la escuela con todo sin poner las bases de una verdadera transformación social.
Si mejora la sociedad en su conjunto, se transmitirán los valores correctos y, tampoco en ese caso, será necesaria una asignatura de Educación para la Ciudadanía.