Urología y bolardos
En España se hablan numerosas lenguas, y así lo reconoce la Constitución. Algunas son aprendidas de forma natural en casa y otras, a fuerza de codos, en la escuela, escola o ikastola. Pero también existe un idioma común, de uso cotidiano que, ajeno a las fuentes académicas tradicionales, se aleja de la gramática escolar y se está imponiendo tercamente; la etimología se olvida y términos que en su día nacieron para significar una cosa acaban por definir otra sin que en la transición se despeine un pelo de la virgulilla de la eñe, letra española por excelencia. Cada nuevo (mal)uso de un determinado término se difunde a una velocidad sorprendente a través de los medios, por boca de personajes populares, siendo automáticamente adoptado por millones de personas en muy poco tiempo; véase por ejemplo la curiosa evolución que sufrió la palabra polución, que en su origen significaba únicamente “emisión de semen”, especialmente referido al que los varones pierden involuntariamente durante el sueño, y que desde hace tiempo, por similitud fonética con la palabra inglesa “pollution”, ha terminado por adoptar el significado de contaminación, con la bendición académica, quedándose los caballeros huérfanos de palabra con la que referirse a ciertos sucesos nocturnos.
RAE U 1884. (Pag:846,3) |
No sé quién fue el primero que se refirió al mal tiempo con la expresión “climatología adversa”, pero sin que nadie se parara a pensar que la ciencia que estudia el clima, que eso y no otra cosa es la Climatología, sólo podía ser adversa para los estudiantes a los que se les atragantara en los exámenes, la expresión se puso de moda, y hoy no hay nadie que no se refiera a los fríos invernales o a la tormenta veraniega con esa locución. Con el tiempo, el dicho de “a mal tiempo buena cara” nos terminará sonando a chino y para que nuestros hijos nos entiendan cuando queramos animarles frente a las dificultades, habrá que decirles algo así: “a climatología adversa jeta puesta en valor”.
Esa costumbre de tomar la ciencia que estudia algo por el objeto estudiado está muy extendida, y así también es frecuente escuchar la palabra biología, ciencia que estudia la vida, para referirse a la propia vida. Más reciente es el caso del uso de la orografía, disciplina que se encarga de la descripción de las montañas, para referirse a la forma misma con que el relieve se transforma en sustento del paisaje que nos rodea.
Sea como sea, lo que no alcanzo a entender es cómo la orografía, tomada ésta como rama de la ciencia o como el objeto que ella estudia, puede terminar siendo la culpable de que los famosos bolardos retráctiles, instalados hace no tanto por el ayuntamiento para la regulación del tráfico en el casco histórico de Segovia, hayan fracasado en su misión y debieran ser sustituidos por un sistema de reconocimiento óptico de matrículas con emisión automática de boletines de denuncia, a no ser que, como defendía el fallecido Dr. Nuñez, reputado psiquiatra abulense que ejerció en Segovia, el gas radón emitido por la mole granítica de la sierra tuviera efectos nocivos sobre la psique, siendo éste a la postre el motivo orográfico de los errores cometidos y reconocidos por el primer edil de la capital en la gestión del denostado sistema de achatarramiento de bajos y paragolpes de automóviles. Ya puestos propongo decir “urología nocturna” para lo que en tiempos fue polución.