Decentes, indecentes y navegantes
Hace no mucho ha recalado en este seco puerto segoviano, otrora lecho marino que fue elevado por mor del empuje africano a 1.005,1 metros sobre el nivel medio del mar en Alicante, D. Leopoldo Abadía, desplegando todo el velamen de su atractivo intelectual, para explicarnos en su breve escala, por qué estamos naufragando en la crisis y qué podemos esperar encontrar al otro lado del horizonte. Este Ingeniero Industrial formado en el IESE, es un trabajador tenaz que con su actividad incesante desafía a los defensores de la jubilación a los 67 años, mientras que bien cumplidos los 77, navega incansable por los pueblos de España para seguir ganándose el pan con sus amenas conferencias y sus interesantes libros. Y es que cuando alguien ha tenido que sacar adelante 12 hijos, no se puede parar a dilapidar la herencia en veleidades y festejos.
D. Leopoldo ha conseguido que volviera a prestar atención a un pensamiento que me ronda de antiguo al expresar que “la actual crisis es una crisis de decencia” —no puedo estar más de acuerdo—, y añadir que “lo económico es la consecuencia, no la causa”. Es cierto, durante muchos años, numerosos pseudoprofesionales han ido prestando cada vez más atención al beneficio, descuidando el oficio, y lo que antes era una linde definida entre el trabajo bien hecho, por el que se obtenía un justiprecio, y el abuso del tramposo, se ha ido desdibujando y ensanchando a causa del relajo moral imperante, permitiendo florecer a los sinvergüenzas ante la mirada impotente de los ciudadanos. Hemos pasado, sin saber muy bien cómo, de alabar al trabajador honrado y de admirar al profesional de prestigio, a aplaudir a cualquier bufón virojo que orgulloso nos explica en televisión cómo se las arregló para asaltar un furgón blindado y huir con la pasta. Ese terreno se ha abonado durante años con facturas sin IVA, pequeños fraudes a Hacienda, alquileres no declarados, rentas opacas y tantas otras corruptelas cotidianas para las que su autor siempre encontraba una justificación que le permitiera irse a la cama tranquilo.
Durante años se ha especulado con la vivienda, multiplicando su precio artificialmente a base de sumar intermediarios entre el constructor y el comprador final que la deja vacía; los precios de los bienes de primera necesidad se han elevado artificialmente sin que, entre lo que perciben los productores y lo que los consumidores pagan haya ninguna relación de equidad que lo justifique; monopolios de facto se han ocupado de impedir la libre competencia, ahogando a cualquiera que pretendiera vender pan a mitad de precio, mientras los responsables de poner coto a tanto desvarío han mirado para otro lado, seguramente porque algunos de ellos han estado más ocupados en servirse de sus cargos públicos, que en servir al público, cargos cuyo número se ha multiplicado sin medida en los últimos años.
Esta actitud indecente ante la derrota que tomaba nuestra nave es, en mi humilde opinión, la causa primitiva de la zozobra que padecemos, pero el motivo por el que no terminamos de soltar escota y dejar que las velas hinchadas nos empujen a puerto seguro, tiene mucho que ver con el olvido de los códigos éticos que debieran regir el trabajo de los que gobiernan el buque, empeñados en navegar sólo a babor. No sé cuándo saldremos de esta, pero sí me atrevo a decir cómo: también en este capital asunto creo que la educación juega un papel fundamental para que la decencia recupere el protagonismo que nunca debió perder y se pueda rearmar moralmente a la sociedad de forma que recupere los valores del esfuerzo y del trabajo honrado y retribuido con justicia, y podamos navegar hacia el fin de la crisis.