Deus ex machina
Los ciudadanos de la antigua Grecia, inventora de la democracia, madre de la cultura clásica y de una parte de la crisis que amenaza a la Unión Europea, eran muy aficionados a las representaciones teatrales; uno de los recursos escénicos que se empleaban para dar un giro sorprendente a las tramas o resolver situaciones intrincadas, consistía en descolgar, mediante un artilugio mecánico a modo de grúa, a un personaje en representación de alguna deidad, que con sus poderes divinos intervenía para resolver el entuerto, dando salida al problema sin más explicaciones. Los romanos heredaron las costumbres teatrales griegas y con el paso de los siglos, la denominación latina de aquel ardid teatral, “deus ex machina”, que se traduce como “dios surgido de la máquina”, ha quedado para referirse a cualquier suceso externo e inesperado que aparece en escena para dar solución al problema con tal de salir del embrollo, aún a riesgo de defraudar al público; recuerden lo que sucedió con cierta exitosa serie de TV protagonizada por Antonio Resines: al final todo era un sueño… y fin.
Desde que hace unos años se comenzaron a advertir los primeros signos que iluminaban de un rojo vivo las alarmas, hasta la situación calamitosa en la que nos encontramos, los responsables de manejar el timón de la nación han representado una obra teatral, teatral por alejada de la realidad, ante los sufridos ciudadanos, que como espectadores cautivos asistimos a la representación del esperpento nacional vociferando en vano, igual que gritan los niños en los títeres cuando el lobo se acerca a la abuela de caperucita, como si el guiñol de la anciana encamada pudiera escucharles y escapar a su destino.
Y en esas andábamos, asistiendo atónitos al espectáculo cuando, a modo de “deus ex machina”, descendió una moderna deidad al escenario, en forma de Presidente de los Estados Unidos para, con una simple llamada de teléfono, provocar un giro inesperado del guión. Tan inesperado como radical, hasta el punto que el propio director de la obra, mientras se tragaba sus palabras una a una, las de todas sus intervenciones a lo largo de sus seis años de gobierno, proclamaba que las medidas que se van a tomar “suponen un esfuerzo colectivo sin precedentes.”
Desgraciadamente el drama por el que viene pasando España en su camino por la crisis económica no es el resultado de un guión teatral, no es una ficción cinematográfica de esas que rezan en sus títulos de crédito aquello de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, es una desventura muy real para millones de personas que han visto como sus vidas daban un giro trágico al perder su empleo y, lo que es peor, la esperanza de recuperarse a corto plazo.
Pues bien, hagamos el esfuerzo, hagámoslo entre todos, no es quizá ahora el momento de los reproches y sí, si acaso, de reclamar algunas otras medidas, aunque sean meramente testimoniales, para que efectivamente no sólo parezca que el peso de la factura cae sobre unos pocos. Es hora de la sobriedad en todos los ámbitos de lo público; estaría muy bien visto que el Presidente del Gobierno, además de escuchar al dios americano descendido de entre las bambalinas del teatro patrio, escuche a la oposición, que representa a muchos millones de Españoles, y se ponga al frente de los recortes, terminando con el gasto superfluo en forma de ministerios sin contenido y ejércitos de asesores “monclovitas” que por lo que parece no han sido muy rentables, pues no han acertado a advertirle sobre las consecuencias de la política que ha venido desarrollando estos años.
Por favor, no más cambios de guión, escuchemos a Horacio cuando solicita: "no hagáis intervenir a un dios sino cuando el drama es digno de ser desenredado por un dios". Es el momento de trabajar con seriedad y de aguantar el tirón, más adelante los ciudadanos juzgarán y las urnas tendrán que dar su veredicto llegado el momento, y sería bueno que el momento no se demorara demasiado.