'E la nave va'

Al volver a la rutina, a la vida ordinaria, después de unas vacaciones en las que, por más que quise desconectar, la actualidad parecía empeñada en impedirlo, tengo una sensación agridulce, mezcla de evocación del tiempo de ocio disfrutado y de la incertidumbre vivida, por mor de la crisis económica que amenaza a España, más que a ningún otro país de su entorno. En ese estado mental, el recuerdo de la película de Fellini, “E la nave va”, revolotea en mi cabeza, insistentemente, ofreciéndose como parábola del contexto percibido en ese tiempo.

La cinta narra el viaje en un lujoso barco, a las puertas de la primera guerra mundial, de un nutrido grupo de personajes importantes, miembros de la aristocracia y la realeza y cantores de ópera, para arrojar al mar Egeo las cenizas de la célebre diva, Edmea Tetua. A la banal y lujosa pompa, de los numerosos admiradores de Edmea, se contrapone la vida plana, miserable, subterránea y oscura de los fogoneros y trabajadores de la sala de máquinas del buque. Al final, el navío termina hundiéndose ante la aparente desidia e indiferencia de sus pasajeros.

Al igual que los moradores de la sala de máquinas de Fellini, nuestros conciudadanos parecen resignados a su suerte, adormecidos, aparentemente ajenos a las desgracias que se acumulan en forma de paro, pérdidas de quienes ven sus negocios languidecer e incertidumbre por un futuro que no anuncia recuperación ni a corto ni a medio plazo. Permanecen, como los caldereteros en las máquinas de la nave, dóciles, mansos, tolerantes y sumisos a un gobierno que, al igual que los pasajeros de la alta sociedad en el barco de la película, se asoma desde la altura a la sala de calderas, donde los que todavía trabajan, aún en condiciones miserables, admiran a los tripulantes y sólo piden ¡que cante la Signora Cuffari!.

Los cantos del Gobierno de España, por voz de su Presidente, de la Vicepresidenta Primera, del Ministro de Fomento o de la Secretaria de Organización del PSOE, se parecen al coro de coplas de los tenores rivales del barco, que compiten por epatar a la marinería desde las alturas, con trovas cada vez más sonoras, ante los aplausos agradecidos del mugriento personal subalterno de máquinas.

Al final la nave prosigue su curso, los carboneros siguen con sus tareas, compensados de su oscura, dura y sucia vida por los cantos de quienes viajan en clase preferente, rodeados de lujos, que calman su conciencia con la breve visita para olvidar, a continuación, la suerte de quienes les celebraban instantes antes.

"E la nave va" se me antoja una buena analogía de la actualidad española, sobre todo en su delirante final, cuando la supuesta indolencia con que transcurre la vida de los tripulantes de Fellini se ve truncada: el barco es torpedeado por un acorazado austriaco, mientras, los pasajeros entonan una ópera en la ceremonia fúnebre de Edmea, frente al director del coro, que maneja altivo su batuta y no parece importarle el hecho de que el barco se esté hundiendo.

Igual que en la película, en el gobierno de Rodríguez de Zapatero, las "mariateresas", "pepiños", "leires" y otros cantores, entonan una tras otra diferentes arias, en forma de leyes que prometen “nuevos derechos”, ministerios sin contenido, dádivas diversas, serpientes de verano y otras futilidades, para contentar al pueblo, a los carboneros y caldereteros de España, mientras ZP mueve la batuta y la nave zozobra, torpedeada por la crisis, primero negada, luego ignorada, después minusvalorada y ahora… E la nave va.

Así que ¡qué cante la Signora Cuffari!



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