Accesibilidad
Los derechos no los tienen los colectivos, sino los individuos. Cada persona, cada ciudadano tiene los mismos derechos y obligaciones que los demás, independientemente de su raza, sexo, creencias, orientación sexual o condición física. Los poderes públicos tienen, sobre todo, que garantizar esos derechos.
Las Normas Uniformes sobre la igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad fueron aprobadas por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de diciembre de 1993. Estas normas son el resultado de la evolución en la mentalidad de una sociedad que ha pasado de aislar a las personas con discapacidad, para aplicar mínimos cuidados paliativos, a garantizar sus derechos en pie de igualdad con los demás ciudadanos.
Muchas personas con discapacidad, en función de su entorno, sufren las deficiencias de diseño del medio físico en el que se mueven y de muchas actividades organizadas por la sociedad en ámbitos como el de la información, la comunicación y la educación, que les impiden participar en condiciones de igualdad. Para ellos el mundo es una carrera de obstáculos, su vida está llena de barreras que los demás no perciben porque, quizá, sus barreras son mentales.
Al caminar por la calle y hacer uso de diferentes servicios como el transporte, el comercio, los locales de ocio o las oficinas de la administración, muchas personas no notan restricciones en su libertad de movimientos y, por tanto, no perciben límites en su derecho a acceder a esos servicios. Si no tenemos ninguna dificultad física, normalmente no seremos conscientes de este problema, pues no padecemos mayores dificultades, salvo que el diseño del lugar al que acudamos sea particularmente difícil.
Recientemente he tenido ocasión de visitar el Auditorio “Miguel Delibes” de Valladolid y he comprobado como muchas personas se encuentran con una primera dificultad, el acceso desde el aparcamiento exterior a la entrada principal. Muchos optan por el campo a través y otros dan un gran rodeo, proyectado por Bofill, para acceder a pie a la entrada principal al recinto. Lo que para alguien con buena movilidad, en un día soleado de otoño, puede ser un paseo agradable, para otro, con movilidad reducida, incluso con bonanza climática, puede ser una odisea. Es más, para un zapato de tacón, la extensa tarima de la entrada se transforma en una trampa difícil de sortear. Éste no es más que un ejemplo de edificio moderno que aún adolece de algunos problemas de diseño.
Lo corriente es que los edificios hasta hace pocos años se diseñaran sin tener en cuenta la discapacidad y que después se coloquen parches anejos. Si el derecho es el mismo para todos, la entrada a un edificio debería ser la misma para todos y si dos personas, una de ellas con dificultades para moverse, van juntas a la ópera, no parece razonable que una de ellas se separe para acceder por una rampa, mientras la otra sube las escaleras de dos en dos. Lo correcto sería que hubiera una única entrada, fácil para todos, videntes o invidentes, atletas o ciudadanos con dificultades de movimiento.
Parece un claro problema de mentalidad. En países como Japón, la mentalidad incluye pensar en las personas mayores o con dificultades de manera natural, y así, por ejemplo, las nuevas líneas de metro están diseñadas para todos, jóvenes y ancianos, peatones o discapacitados. Todos los coches que se fabrican para su mercado incluyen adaptaciones para personas con movilidad reducida de fábrica, de modo que sus coches son para todos, mientras que en España una persona en silla de ruedas debe acudir a un especialista e invertir una buena suma en adaptar un automóvil que se fabricó sin pensar en él.
El problema se resolvería si en los estudios de diseño hubiera personas con diferentes problemas que pudieran mostrar las debilidades de los edificios, automóviles o lavadoras. No sé si el Auditorio Miguel Delibes de Valladolid sería exactamente igual si Bofill lo hubiera imaginado desde una silla de ruedas o tras los cristales oscuros de un invidente.
Las Normas Uniformes sobre la igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad fueron aprobadas por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de diciembre de 1993. Estas normas son el resultado de la evolución en la mentalidad de una sociedad que ha pasado de aislar a las personas con discapacidad, para aplicar mínimos cuidados paliativos, a garantizar sus derechos en pie de igualdad con los demás ciudadanos.
Muchas personas con discapacidad, en función de su entorno, sufren las deficiencias de diseño del medio físico en el que se mueven y de muchas actividades organizadas por la sociedad en ámbitos como el de la información, la comunicación y la educación, que les impiden participar en condiciones de igualdad. Para ellos el mundo es una carrera de obstáculos, su vida está llena de barreras que los demás no perciben porque, quizá, sus barreras son mentales.
Al caminar por la calle y hacer uso de diferentes servicios como el transporte, el comercio, los locales de ocio o las oficinas de la administración, muchas personas no notan restricciones en su libertad de movimientos y, por tanto, no perciben límites en su derecho a acceder a esos servicios. Si no tenemos ninguna dificultad física, normalmente no seremos conscientes de este problema, pues no padecemos mayores dificultades, salvo que el diseño del lugar al que acudamos sea particularmente difícil.
Recientemente he tenido ocasión de visitar el Auditorio “Miguel Delibes” de Valladolid y he comprobado como muchas personas se encuentran con una primera dificultad, el acceso desde el aparcamiento exterior a la entrada principal. Muchos optan por el campo a través y otros dan un gran rodeo, proyectado por Bofill, para acceder a pie a la entrada principal al recinto. Lo que para alguien con buena movilidad, en un día soleado de otoño, puede ser un paseo agradable, para otro, con movilidad reducida, incluso con bonanza climática, puede ser una odisea. Es más, para un zapato de tacón, la extensa tarima de la entrada se transforma en una trampa difícil de sortear. Éste no es más que un ejemplo de edificio moderno que aún adolece de algunos problemas de diseño.
Lo corriente es que los edificios hasta hace pocos años se diseñaran sin tener en cuenta la discapacidad y que después se coloquen parches anejos. Si el derecho es el mismo para todos, la entrada a un edificio debería ser la misma para todos y si dos personas, una de ellas con dificultades para moverse, van juntas a la ópera, no parece razonable que una de ellas se separe para acceder por una rampa, mientras la otra sube las escaleras de dos en dos. Lo correcto sería que hubiera una única entrada, fácil para todos, videntes o invidentes, atletas o ciudadanos con dificultades de movimiento.
Parece un claro problema de mentalidad. En países como Japón, la mentalidad incluye pensar en las personas mayores o con dificultades de manera natural, y así, por ejemplo, las nuevas líneas de metro están diseñadas para todos, jóvenes y ancianos, peatones o discapacitados. Todos los coches que se fabrican para su mercado incluyen adaptaciones para personas con movilidad reducida de fábrica, de modo que sus coches son para todos, mientras que en España una persona en silla de ruedas debe acudir a un especialista e invertir una buena suma en adaptar un automóvil que se fabricó sin pensar en él.
El problema se resolvería si en los estudios de diseño hubiera personas con diferentes problemas que pudieran mostrar las debilidades de los edificios, automóviles o lavadoras. No sé si el Auditorio Miguel Delibes de Valladolid sería exactamente igual si Bofill lo hubiera imaginado desde una silla de ruedas o tras los cristales oscuros de un invidente.