Titánic

Un buen amigo ha comparado recientemente mi prosa con la de Arturo Pérez Reverte, pero no se alarme el lector, no lo hizo ni por la calidad de la misma, ni por mi habilidad para manejar la lengua escrita, sino solo por lo pesado que me pongo con el lenguaje marinero. Tal es así, que había decidido no abundar en los símiles navieros, y probar con otros campos como el de la tauromaquia, que también da mucho de sí, sin necesidad de referirme a los cuernos.
Pero hete aquí que el presidente del gobierno de España, como les gusta repetir a los socialistas, por si nos da por confundirle con otro, se va a China a buscar dinero y después de reunirse con políticos y empresarios orientales y, por lo visto, no enterarse de nada, se dispuso a explicar a un grupo de españoles residentes en la zona que España es un “poderoso transatlántico”. Imagino que un elevadísimo porcentaje de compatriotas, al escuchar a Zapatero, habrán visto inmediatamente en su mente la imagen del famosísimo Titánic haciendo aguas, mientras por la borda caen los pasajeros al océano helado, al tiempo que la orquesta permanece impasible, entonando una alegre melodía que resultó fúnebre.
No se puede evitar que un escalofrío nos recorra la espalda cada vez que el presidente interino que nos gobierna, y casi siempre desde el extranjero, evalúa nuestra salud económica, o anticipa una mejora en el empleo, o profetiza el fin del terrorismo; más que nada porque cada vez que se ha embarcado en una singladura semejante, los vientos de la tempestad se han mostrado tercos para hacer zozobrar la nave, recordándonos que ni siquiera el Titánic, el más poderoso de los transatlánticos hasta entonces, fue capaz de permanecer a flote tras la colisión con el iceberg y se fue al fondo recordándonos que el orgullo no flota.
Mientras todo eso pasa, otro compañero de su partido, aspirante al gobierno de Castilla y León, viene de Madrid para que nos despertemos. ¿Acaso estábamos dormidos y todo lo que nos ha pasado fue un mal sueño? No, otra vez tengo la sensación de que nos toman por tontos y nos muestran el engaño para que embistamos al trapo, sin mirar al espada que espera el momento propicio para propinarnos la estocada mortal.

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